Opinión

OT 2017

EL GRAN mérito de esta columna irrepetible va a ser hablar de un programa de actualidad sin haber visto ni un solo minuto del mismo. ¿Qué mérito tiene enhebrar comentarios sobre un programa que sigues? Eso lo puede hacer cualquiera. Lo arriesgado es hablar de aquello que desconoces, al menos de primera mano.

Pertenezco a la generación que padeció la primera edición de OT, allá por el año 2001. Los reality shows acababan de desembarcar en nuestras pantallas con el estreno de Gran Hermano el año anterior. OT se desplegó ante nuestros ojos con una cobertura mediática digna de un alien que de pronto apareciese en Las Palmeras. Seguro que si un alien apareciese en Las Palmeras recibiría menos atención de los medios que aquel programa. Todo el país sufrió las peripecias de los niños cantores de Gestmusic Endemol. Los cedés de las galas semanales debutaban como discos de platino. Oí decir que, dada la inmensa publicidad, un disco de aquellos vendía al salir más que toda la discografía de Milladoiro. Eso se lo oí a un músico de Milladoiro. Mientras los concursantes se hacían famosos, se televisaban a diario todas sus miserias, sus esfuerzos, sus llantos, sus estribillos, sus apoplejías. Canal Satélite Digital empezó a emitir en Canal Operación Triunfo las 24 horas de lo que ocurría en la Academia. Conforme los iban echando del programa uno a uno, todo el país se fue entregando a Rosa de España porque los españoles somos muy de entregarnos a todo tipo de causas y no digamos a las causas nobles. Cuando ella ganó fue como si nos hubiese tocado la lotería a todos, así de apapahostiados estábamos.

De aquella época guardo recuerdos imborrables, muy a mi pesar. Cuando me entran los remordimientos o la lucidez, uno ya no sabe, y pienso en lo mal padre que he sido, recupero la imagen de aquel día en que aparecí, como por arte de magia, sentado en la plaza de toros de Pontevedra junto a mi señora e hijas para ver a Bustamante y a Verónica in concert. Fue el mayor logro de toda mi trayectoria como ser humano. Aguantar todo el concierto sin largarme, digo. Claro que tuvo secuelas: no puedo ver a Bustamante ni en pintura. En cuanto a Verónica, pobre, ya nadie sabe de ella aunque dicen que está viva.

Quienes no se sabe si viven o no son los participantes de las siguientes temporadas de OT. Se los tragó un agujero negro o algo así. Hubo siete ediciones más, como los jinetes del apocalipsis, antes de la actual. No sé nada de ella, repito. Tan solo que hay, si no los echaron, varios concursantes gallegos. Es lo único que me llama la atención: de buscarnos la vida por el mundo adelante hemos pasado a los reality shows. Supongo que todo seguirá igual: una mezcla de cotilleo sobre vidas ajenas que se prestan a ello, exhibición de inédito talento vocal, propaganda tutiplén y la sobredosis de emoción en las galas de expulsión. Un formato tan exitoso que ha sido exportado a 50 países.

Uno de los finalistas del enredo será elegido/a para representar al país en Eurovisión. No está claro si será una recompensa o un castigo, aunque tras la victoria de Salvador Sobral el pasado año aún queda un rayo de esperanza para el festival. Y, bien pensado, peor que el muchacho que mandamos el año pasado no lo va a hacer: quedamos de últimos, que lo acabo de ver en google.

Tal vez haya sido injusto con un concurso de telerrealidad musical de tanto éxito que como este.

Mostraré mi arrepentimiento deseando suerte a los finalistas. Quienesquiera que sean.

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