Opinión

Propósitos de Año Nuevo

DENTRO DEL pack navideño de tradiciones disparatadas como vestir algo rojo la noche de fin de año figuran los propósitos para el año nuevo. Una serie de deseos inalcanzables que se renuevan con el fin de demostrarnos a nosotros mismos que la estupidez humana no solo no tiene fin sino que es recalcitrante. Llevamos en nuestro interior una especie de programación que se resetea cada 31 de Diciembre y que lleva a que, tras una noche de pasárnoslo bien por decreto ley (aunque haya sido gris y anodina, o sea, vulgar por duplicado), amanezcamos con ganas de empezar una nueva vida. Da igual que estemos pasablemente satisfechos, o muy satisfechos, o incluso extraordinariamente satisfechos con la vida que estamos llevando: un impulso tanto individual como colectivo nos impele a plantearnos cambiar algunos aspectos de nuestra existencia. Cuánta razón llevaba Lampedusa cuando planteó cambiar algunas cosas para que todo siguiese igual. Una compulsión lampedusiana nos lleva a desear fervientemente alcanzar objetivos que llevamos toda la vida sin alcanzar. Metas que cada año nos trazamos con idéntico entusiasmo, como si el último brindis del año hubiese obrado en nosotros el efecto de una lobotomía. Da igual que hayamos intentado aprender inglés por fascículos, apuntándonos a una academia, pagándole aun nativo, matriculándonos en un curso online. Da igual que en todas y cada una de esas ocasiones nuestra dureza de oído y de mollera y una persistente inclinación a dedicar el ocio a otros menesteres haya dado al traste con esas intenciones, con puntual rotundidad. Cada año nuevo la ensoñación de que ese año sí se apodera de nuestras neuronas y las hacen parir la misma neura una y otra vez. Y quien dice el inglés, dice «hacer deporte», «comer más fruta», «dejar de fumar», etc, etc. Los propósitos para el nuevo año solían hacer referencia, tradicionalmente, a la consecución de una vida más sana, entendiendo por tal la que los profesionales de la salud predicaban, más de palabra que de hecho, tanto en persona como en artículos de opinión, programas radiofónicos y televisivos, etc. Aún tengo grabado, entre tanta chatarrada que se nos queda fijada en la infancia, la imagen de un médico del seguro tosiendo como un condenado, doblándose por esa tos de fumador que parece querer arrancarte los pulmones,
mientras advertía contra los males del tabaco.

Hoy en día los propósitos de año nuevo están revestidos de un glamur tecnológico diferente. Muchos de ellos tienen que ver ya con el nuevo formato digital que han adoptado los tiempos. Así, no es difícil alentar como nuevos deseos: quitarse de Netflix, borrar la cuenta de whatsapp, darse de baja en Twitter, etc. La idea peregrina de pensar qué cosas no vas a hacer ni borracho, o sea, borracho aún menos que nunca, nada más comenzar el año tiene la misma razón de ser que colocar los regalos bajo el árbol de navidad, o sea ninguna. Hay que elegir un lugar para esto último y hay que escoger un momento para empezar a hacer el gilipollas: ¡qué mejor que el primer día! Hay cuestiones vitales que mejor no demorar: cuánto antes fracases, antes te conformarás con el tipo de vida que llevas. Estamos hablando de trayectorias existenciales que no necesitan ni un terapeuta familiar, ni un gabinete sicológico ni un centro de desintoxicación: ponerse a esperar para ello a fin de año ya tiene delito. Nos referimos a la vida del ciudadano medio, que transcurre con escaso vaivenes en una espiral de logros escasos y fracasos menudos, espoleada por un par de celebraciones al año y alguna victoria de la selección española de fútbol.

Estamos ante una tradición como otra cualquiera, tiene que servir para algo.

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