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Los trabajos y los días

El pánico tiene la manía de ir a su bola y de cundir lo que le viene en gana, pero en este caso se aviene a razones y nos deja tranquilos

Algunas personas trabajan sobre un mesa de escritorio que termina en un absoluto desorden. Bueno, a veces trabajan, a veces hacen el zángano, digámoslo con más deseo de ser precisos que de juzgar.

El caso es que la mesa se les va llenado de papeles, libros, bolígrafos, pequeñas cajas de esto y aquello, más papeles, más libros, más bolígrafos. Un antiguo poeta griego, Hesíodo, tituló una obra suya de 828 versos Los trabajos y los días. Esto viene aquí porque eso es precisamente lo que hace que las mesas de escritorios unos cachivaches caóticos e ingobernables: los trabajos y los días. La obra de Hesíodo no trata de mesas de escritorio, que podía ser, sino del trabajo como destino universal del hombre. Hesíodo consideraba el trabajo como el origen de todo bien, pues tanto hombres como dioses, dice, odian a los holgazanes. Quizá eso sea mucho decir, pero Hesíodo ya no está con nosotros y no es posible que nos aclare nada. Como se ha dicho arriba, la mesa de escritorio cobija tanto el trabajo como la holgazanería por lo que el libro de este poeta griego viene como anillo al dedo.

Volviendo a las mesas de escritorio y su innata tendencia a poblarse de papeles, libros, bolígrafos, pequeñas cajas de esto y aquello, más papeles, más libros, más bolígrafos; que pierden por sí solos el orden y la compostura en cuanto uno se descuida, y uno es mucho de descuidarse, conviene analizar con detenimiento este proceso. La cosa sucede así: a uno le vienen a la mano papeles, libros, bolígrafos, pequeñas cajas de esto y aquello, más papeles, más libros, más bolígrafos. De un modo natural, los deposita en un lugar cercano por si surgiese la necesidad de echar mano de ellos. Los coloca en distintos lugares del escritorio, en montoncitos, en pequeños racimos dentro de un recipiente; en fin, que no los desparrama a la buena de Dios, sino que les adjudica un lugar en los confines de ese recinto de trabajo y creatividad. Y pone música, un poco de música no viene nada mal, para endulzar el ambiente. Y se enfrasca en aquello que tiene que hacer, el ánimo dispuesto y pronta la voluntad. Y al rato observa, por el rabillo del ojo, como las cosas que con tanto mimo ha dispuesto encima de la mesa toman su propio rumbo a los sones de la música. Se produce un proceso de autodeterminación de esos objetos que deciden por ellos mismos dónde y cómo se van a colocar. No les hace falta convocar un referéndum, no necesitan algaradas ni manifestaciones. Desafortunadamente, uno se encuentra ya metido en faena y no puede detenerse a poner freno a esa deriva secesionista, de modo que cuando se termina la tarea ya se ha originado un nuevo orden, normalmente arbitrario, en el que papeles, libros, bolígrafos, pequeñas cajas de esto y aquello, más papeles, más libros, más bolígrafos se han repartido por toda la mesa a su libre albedrío.

Ante el estado de las cosas y una vez digerida nueva realidad, se trata de intentar que no cunda el pánico y de hacer un análisis integral de la situación. El pánico tiene la manía de ir a su bola y de cundir lo que le viene en gana, pero en este caso se aviene a razones y nos deja tranquilos. En cuanto al análisis integral de la situación, vaya usted a saber qué rayos es eso. Hay que conformarse con algo y entonces nos conformamos con una circunstancia que, a la larga, resulta difícil de asimilar por otras personas que no sean las afectadas: el hecho cuasi milagroso de que, en medio del más espectacular desorden, aún sea posible detectar donde está prácticamente cada objeto. Así es, en pleno desparrame y debido con toda seguridad a la poderosa intervención de la memoria afectiva (que me acabo de sacar de la manga), es posible detectar la ubicación de cada uno de los papeles, libros, bolígrafos, pequeñas cajas de esto y aquello, más papeles, más libros, más bolígrafos, etc. Se trata de una especie de superpoder que, como hemos indicado más arriba, despierta el más terco escepticismo de los cónyuges de los usuarios de estos escritorios, quienes piensan que se trata de un cuento chino para justificar el marasmo que se ha apoderado de la mesa.

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