Blogue | A lume maino

Legado

 
Recordos. EP
photo_camera Recuerdos. EP

LAS ESTANTERÍAS del salón de mi abuela paterna sostienen el paso del tiempo enmarcado en plata. Entre las imágenes de bodas, comuniones, bisnietos y reuniones varias, destaca una, mi preferida. Es de octubre de 1946, cuando se casaron mis abuelos. Parece una foto sacada de un clásico de cine en blanco y negro. Una estampa con un galán de época, con solo media sonrisa, y una actriz de raza.

En casa de mis abuelos maternos reina otra estantería con una fotografía muy similar. También visten de negro. Él luce pelambrera espesa y oscura. Ella sombrero con rejilla que le cae sobre la mirada. La sonrisa difuminada. La imagen tira a un tono sepia que te traslada de un vistazo a otros tiempos, en los que el glamour se quedaba en el papel fotográfico porque fuera de él era la huella de la guerra la que imperaba.

Mis dos abuelos compartieron nombre -José-, unos años marcados por la guerra y una dictadura, tres nietos, algunas tardes de vinos por calles de piedra y niebla y muchas comidas de Navidad, pero cada uno relata su Historia desde un lado diferente. Jamás hablaron de ‘aquello’ sentados a la misma mesa. A uno de ellos, Pepe, conforme cumplía años, empezó a asaltarle la boca el recuerdo de tanto daño infligido. Huérfano de un conductor de Renfe, lo enviaron a estudiar a Madrid, del lado ‘rojo’, dijeron. Se preparó a conciencia. Tenía grandes aspiraciones y un futuro prometedor, aunque al terminar la guerra le invalidaron los títulos y tuvo que empezar de nuevo. No perdonó.

Hoy no puedo evitar preguntarme, si estuvieran aquí, ¿qué pensarían?
 

Al otro, José, le delataba una leve cojera de otoño. Sostenía una herida de guerra en una rodilla. Nunca contó cómo fue, ni si supo quién le disparó. Escondía un tatuaje en su brazo derecho y arrastraba un poco la pierna los veranos por la arena, tratando de que el yodo del Cantábrico le aliviase el dolor, no sé si de la articulación malherida o del alma. Hablaba muy poco. Quién sabe todo lo que callaba.

José vivió el horror en el campo de batalla. A Pepe, diez años más joven, quisieron enviarlo a Rusia, al exilio, aunque cuando iba por Barcelona fue interceptado junto a otros niños.

Ni en las cenas de Nochevieja, ni en el día del padre... Nunca destaparon el pasado. Brindaban por el año nuevo, sonreían a sus nietos, nos regalaban sabios consejos, al tiempo que nos legaban los logros de su generación y se sacudían, cómplices, la veteranía y la alegría de saberse libres.

Sentí en los últimos años de sus vidas que llevaban marcado a fuego el tiempo que les tocó vivir. A mi abuelo José, que custodiaba lo que quedaba de su juventud en un viejo cofre de madera, le pedí que me contase su historia. Siempre se escabullía, pero en cierta ocasión me pidió que sacase la grabadora. Lo hizo solo una vez en sus 87 años. En aquel momento no le escuché, y cuando quise hacerlo se lo había pensado mejor. Supe que me arrepentiría de las prisas de aquella sobremesa de domingo. Pepe no olvidó el amargo sabor de la injusticia nunca, ni aquel tren que cambió su destino, ni siquiera cuando los años se le echaron encima y la memoria empezó a fallarle.

Hoy no puedo evitar preguntarme, si estuvieran aquí, ¿qué pensarían? Ellos que llenaban los pulmones de aire cada vez que salían a la calle y podían respirar libertad. Que la respetaban y cuidadan como oro en paño, como el tesoro que había costado tantas vidas alcanzar. ¿Cómo encajarían que 400.000 personas de un pueblo vecino hayan abierto las puertas de la democracia a sus fantasmas? Que en el Parlamento de todos entre hoy el miedo de la mano de quienes no creen en la igualdad de las personas, con indiferencia de su género, etnia o creencia religiosa... y se jactan de ello.

¿Qué sentirían al ver la corrupción, la mediocridad y los escupitajos sobrevolando los escaños que construyeron con sus propias manos...?

En algunos momentos siento tristeza por este camino a la inversa que hemos emprendido. En otros vergüenza. Este no es el mundo que mis abuelos dejaron para mí y, desde luego tampoco es el que yo quiero para mis hijos. Hoy he vuelto a abrir el viejo cofre, a observar las sonrisas casi borradas de la estantería, y me he dado cuenta de que en su legado están todas las respuestas, pero para obtenerlas  es necesario entender la Historia completa.

Comentarios