Opinión

Animales

RECONOZCO QUE los animales no me gustan especialmente. Jamás se me ocurre parame a acariciar a un perro (aunque pido permiso para asomarme a cuanto carrito de bebé se cruza en mi camino), no comparto fotos de gatitos ni me enternecen los cachorros. Cuando voy a casa de un amigo con mascota espero que ésta me ignore, y me aburre la gente empeñada en contarme las gracias que hacen sus bichos. No me interesa nada con lo que no pueda mantener una conversación, y soy incapaz de entender la pasión que sienten otros por los animales de compañía, aunque la respeto, y aún  más: la admiro y la envidio, como si la capacidad para amar a esos seres fuese un don que a mí me ha sido negado. Pero, desde mi tan escaso interés animal, creo que las leyes de cualquier país decente deben extremar la protección de los animales, y el código penal  castigar con dureza cualquier sufrimiento infligido a lo que antes se llamaba “seres irracionales”. Estos días hemos visto las imágenes de unos excursionistas que se entretuvieron en despeñar a un jabalí por un risco escarpado. Los hijos de satanás reían y gritaban mientras golpeaban con sus bastones a la pobre bestia, que acabó precipitándose cumbre abajo. Como los malvados además suelen ser imbéciles, los agresores grabaron la escena y la distribuyeron entre sus amistades. Luego llegó a las redes para asco e indignación de todos. ¿Qué tienes que tener en la cabeza para machacar de esa forma a una criatura indefensa? ¿qué clase de persona es aquella que encuentra placer en torturar a un bicho asustado? ¿Pegaban quizá al jabalí porque no se atreven a pegar a su jefe, a su vecino, a su hijo? Estoy convencida de que quienes son capaces de agredir a un animal harían lo mismo con un ser humano, pero tienen miedo a las consecuencias y reservan su ponzoña para los perros, los gatos o los orangutanes. Será cuestión del tiempo que los cafres sean identificados y castigados. Pero me temo que menos castigados de lo que me gustaría.

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