Blogue | Ciudad de Dios

Vivir deprisa

ACABO DE DESCUBRIR que no fue James Dean el que dijo aquello de "vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver", sino Humphrey Bogart. O puede que sí lo dijera alguna vez, tampoco soy quien de asegurarlo, pero el encargado de acuñar la célebre frase por primera vez fue el neoyorquino en una película que no recuerdo haber visto (‘Llamad a cualquier puerta’, 1949) y que se estrenó dos años antes de que a Jimmy le ofreciesen su primer papel en el cine. Es el tipo de dato que, a partir de una cierta edad, no deseas conocer. Para qué. A los 40 ya te has encariñado con esas tres o cuatro certezas de mierda que te acompañan desde siempre y la verdad no te hace más libre ni menos estúpido, como suele decirse; tan solo escarba sobre vacío, como el hambre en mitad de la noche.

El hallazgo me incomoda por varias razones pero, sobre todo, porque me obliga a resetear los resortes del cerebro que enlazan unas cosas con otras sin necesidad de grandes esfuerzos, de manera casi inmediata. Hasta hoy —ya veremos cómo gestiono esta distorsión en el futuro— toparme con la frase de marras en cualquier formato me hacía pensar en ‘Rebelde sin causa’, luego en James Dean y después, por asociación simple, en mi querido amigo Luis. No es que se haya muerto, al menos no mientras escribo estas líneas, pero jamás he conocido a nadie que circulase por la vida a mayor velocidad que él, un perseguidor implacable de sueños imposibles al que la fortuna, a menudo esquiva, no ha logrado amedrentar ni una sola vez. Fue a los 15 años, mientras los demás dejábamos pasar los días sin grandes pretensiones, cuando Luis montó su primera orquesta: quería ser famoso. La naturaleza no lo había dotado de un oído muy desarrollado ni tampoco de un gran sentido del ritmo pero tenía un don innato para el espectáculo, un instinto casi animal que lo sostenía sobre las tablas en ausencia de todo lo demás. De su primera actuación, en unas fiestas patronales de Xeve, salió vivo de milagro. Aquella buena gente se sintió estafada —en verdad no les faltaba razón— y decidieron tomarse la justicia por su mano, ahondando en esos lazos invisibles que unen a Galicia con Sicilia. El incidente lo puso sobre aviso así que, con las primeras ganancias, mi amigo se compró un juego de dagas florentinas, un látigo y una pistola de balines y aire comprimido. "Un día me voy a tener que llevar a alguien por delante", se justificaba.

Poco a poco, bolo tras bolo, las prestaciones de la banda fueron mejorando. Quizá demasiado. A los 18, sin pensárselo dos veces, se casó con una de las solistas, una superviviente de las mareas de Vilagarcía de Arousa que le doblaba la edad y aportaba un hijo casi adolescente a la aventura. Aquel matrimonio resultó un tormento bastante divertido, mezcla de comedia romántica, ‘road movie’ y esa violencia verbal en ambas direcciones tan propia de los grandes éxitos de Cannon Films: eran la película perfecta. Tres años más tarde, ya legalmente separado de su primera mujer y harto de las verbenas, se desposó en segundas nupcias con una joven empleada de banca con la que se marchó a vivir a Santiago en pos de su nueva ambición: quería ser millonario.

MaruxadonisEmpezó desde abajo, como los grandes hombres. Trabajó como barrendero durante un tiempo pero terminó desencantado. "Yo creía que me iban a dar una de esas máquinas en las que vas sentado, conduciendo, pero nada: me dieron una escoba", nos confesó un día. Poco después comenzó a repartir gasoil de calefacción a los mandos de una camioneta —lo suyo era el volante, la palanca de cambios, el asfalto— y la mejora resultó evidente pues un día nos citó al resto de la banda para que conociésemos a su primer hijo y, sobre todo, su nuevo y flamante chalé. Era una construcción en piedra, de dos plantas y con un exuberante jardín en la parte de atrás, enclavada en una exclusiva urbanización de Bertamiráns que compartía, entre otros, con un afamado cardiólogo y el director de la Real Filharmonía de Galicia. "Estos se creen que soy narcotraficante, no les encaja lo del reparto de gasoil", nos explicaba orgulloso mientras saludaba a uno de sus vecinos desde la terraza. Entonces llegó la crisis: ella perdió su trabajo, las condiciones del crédito se endurecieron y el chalé se esfumó con la misma velocidad que había llegado, lo que obligó a nuestro Dean particular a reinventarse una vez más.

Desde hace unos años conduce un autobús, trabajo que le ha proporcionado el tiempo libre suficiente para apuntarse a un gimnasio, perder 60 kilos y convertirse en lo que siempre había querido ser de verdad: un tío cachas, un reclamo con patas, un cuerpo de escándalo que se puede permitir el uso de camisetas ajustadas e incluso prescindir de ellas a la menor ocasión. Llevaba un tiempo sin verlo cuando me encontré con una foto suya en el Facebook, completamente desnudo y rebozado en la arena blanca de alguna playa cercana, con un manojo de algas bien dispuestas para ocultar lo obvio: parecía uno de esos modelos de portada, el chico del mes de Men’s Health o Attitude. Como le conozco bien, sé que no piensa en morirse todavía pero, por si las moscas, la tercera parte de la premisa de Bogart ya la tiene garantizada. La primera, ese vivir deprisa que hasta hoy relacionaba yo con el malogrado protagonista de ‘Gigante’, la lleva cultivando desde que, siendo unos niños, nos colamos en la sesión adulta del cine ambulante de los gitanos y Luis comenzó a tocarse los genitales diciendo: "¿A vosotros no os pasa como una electricidad por aquí? Pues a mí, sí".

Comentarios