Opinión

Amenazas sorpresa

Muestra una visión catastrofista del cambio climático para concienciarnos de que es una realidad y de que si queremos salir adelante precisamos un decrecimiento programado

UNA VERDAD ineludible se está haciendo realidad a fuego lento. Los informes científicos reiteran cada vez con más contundencia que la humanidad se está avocando a su propia extinción.

El sexto informe del IPCC sobre el cambio climático debido al calentamiento global no deja lugar a dudas y si las teníamos no hay más que ver como los incendios provocados por las altas temperaturas están arrasando con inmensas extensiones que dejan el terreno inservible, destruyen la flora y la fauna e incluso se llevan por delante la vida de cientos de personas y provocan cifras de desplazados cada vez mayores; por otra parte, las elevadas temperaturas registradas en buena parte de América del Norte están afectando también a la vida en el mar y causando la muerte de los mejillones, –cocidos por el calor–, entre otras especies incapaces de emigrar.

Para los que aún tengan dudas, las inundaciones que se están produciendo en Europa, provocando muertos y desaparecidos, destrucción de bienes y desplazamientos de población, tampoco eran situaciones que la mayoría de la gente tuviera en mente como posibles. Pero la realidad es tozuda y está poniendo el mundo patas arriba. La destrucción de la selva amazónica y de los bosques autóctonos en África y otros continentes se agrava con la que están provocando los incendios y la continua contaminación global que no se está frenando en absoluto.

¿De verdad se puede seguir pensando que, si queremos sobrevivir en este planeta, que el decrecimiento no es imprescindible?

Y puesto que llevamos al menos 30 años en los que sistemáticamente los expertos nos vienen advirtiendo de la necesidad de reducir la contaminación y moderar el consumo de recursos, la naturaleza misma y una realidad evidente harán que aquello que no se hizo de forma planificada y paulatina en estos años lo impondrán por la fuerza las circunstancias. En muchos aspectos ya estamos en las puertas de un decrecimiento forzoso para el que, como vengo diciendo, no estamos preparados porque no solo se ignoró a los científicos sino a políticos como el mismo Al Gore. Las verdades no se pueden edulcorar, aunque sean incómodas, sobre todo cuando el abismo ya está rozando nuestros pies.

La ciudadanía se ha disociado completamente de la realidad del cambio climático y de sus consecuencias y por otra parte la industria de los combustibles fósiles invirtió mucho dinero en campañas de negación del problema y se dedicó a combatir a la ciencia y negar sus advertencias. Por otra parte, las estructuras políticas internacionales fueron muy pacatas en los acuerdos tomados que, para mayor desgracia, ni siquiera se cumplieron. De los gobernantes de cada país tampoco se puede decir que se lucieran en su cometido con respecto a este tema; las presiones de la industria y el miedo a perder votos por poner sobre la mesa estas verdades incómodas y los cambios que se deben afrontar en nuestras vidas, pesaron más que el interés colectivo de la humanidad.

Los datos preliminares filtrados del informe técnico del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático alertan de una realidad demoledora debido a la duplicación de los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera, lo que provocará eventos climáticos extremos y subida del nivel del mar, no descartando incluso el derretimiento de la Antártida y Groenlandia. Estas catástrofes las viviremos en nuestra generación.

Pasar de la negación a la realidad brutal que ya se ha desencadenado no será fácil de manejar, pero requiere la inmediata planificación del decrecimiento que las circunstancias ya nos empiezan a imponer por su cuenta y de manera sorpresiva y desordenada. Ya no cabe la negación ni la actitud trivial e infantilizadora de ciertos mensajes políticos y la sociedad tiene que tomar conciencia y exigir un decrecimiento programado e inmediato, adaptado en cada caso a la realidad local para que responda de forma sostenible a la satisfacción de sus necesidades con la mayor autonomía posible. Garantizar la autonomía local de las comunidades, su soberanía alimentaria y un reparto justo de los recursos deben ser los ejes del decrecimiento y por ello es imprescindible la participación comunitaria en los proyectos de desarrollo.

Una muestra de que el decrecimiento programado es ineludible es la paralización de la producción impuesta por la falta de componentes y que amenaza con colapsar la industria en otoño. Si no se hace de forma racional las circunstancias lo imponen de manera brutal. El pasado 19 de julio, en una entrevista en El Progreso, afirmaba Miguel Anxo Abraira que “é necesario vivir doutro xeito que se adecúe aos límites físicos e biolóxicos do planeta”. Si no lo hacemos, no tendremos futuro. Afirmaba también en dicha entrevista el Presidente de la Rede para o Decrecemento Eo-Navia/Galiza/ O Bierzo que habrá que vivir de un modo distinto dependiendo del lugar en el que nos toque habitar y por lo tanto, “aplicado a Galiza sería ter una actividade que sexa compatible con este territorio”.

La situación actual requiere de una gran labor de pedagogía e información a la ciudadanía para implementar cambios en nuestra cultura; cambios sociales que nos afectarán a todos los niveles y que requieren un replanteamiento social y personal.

Pero cuando hablamos de decrecimiento no significa que nuestras condiciones de vida se tengan que volver precarias y por ello en el debate del modelo social decrecentista están presentes unas condiciones de vida dignas y una justicia que garantice el reequilibrio de la riqueza, la relocalización de las actividades y reducción del consumo material y energético, tanto por razones de contaminación y calentamiento global como por el agotamiento de determinados recursos. Solo el decrecimiento programado podría frenar el círculo de autodestrucción en el que la humanidad está inmersa.