Opinión

La crisis de la democracia liberal

CUANDO MANUEL Castell habla de la crisis de la democracia la define como "una crisis profunda y multidimensional" que pone en peligro nuestra habitabilidad en el planeta, nuestra cultura y nuestra vida como especie.

Un aspecto es la crisis de los mercados financieros globales que afectan a la macro y micro economía y por tanto a las familias y a las empresas, generando un nuevo tipo de capitalismo global que expande la desigualdad social sistémica y la pobreza extrema. A esto hay que añadir otra crisis que aparece en la mayoría de los países: la reducción del Estado de Bienestar, que es justamente el que podría paliar de alguna manera la situación generada por la desigualdad de rentas y patrimonio. Existe un profundo malestar en las personas que ven reducidas las prestaciones sociales de salud, educación, pensiones, y dependencia, por no hablar del problema del desempleo.

Pero como dice Castell, la peor crisis de todas es la mala gestión que se está haciendo de la crisis, valga la redundancia, porque sin instrumentos políticos institucionales fiables en los que la gente pueda confiar, si no hay consenso y además se apropian de lo público los intereses privados, las consecuencias son terribles porque nos hallamos ante una crisis de legitimidad política cuando entre el 60 y el 80% de los ciudadanos de la mayoría de los países del mundo consideran que los partidos políticos, parlamentos e instituciones no les representan. En América Latina la desconfianza en 2008 era del 58% y actualmente ascendió al 83%, y esta desconfianza da lugar a nuevas formas de organización civil frente a la crisis sistémica del modelo actual, porque no funciona. El modelo deja de funcionar cuando los ciudadanos dejan de creer en él.

Se ha producido la descomposición interna del sistema en casi todos los países, Trump es un ejemplo de los peligros que supone esa ruptura generada por el descrédito; el brexit y la proliferación de la extrema derecha en Europa también. Y España no es diferente. Se está expandiendo una explosión en casi todos los países del mundo; poco a poco se irá globalizando. Hay muchas causas profundas que convergen.

Los movimientos sociales surgen porque la gente ya no cree en la democracia, considera que los parlamentarios y los Gobiernos no defienden sus intereses, que están aislados de los ciudadanos y ocupados en sí mismos, los partidos políticos están muy deslegitimados por la corrupción y el distanciamiento de los problemas reales de la población que piensa que lo único que les interesa es conseguir su voto cada cuatro años. Ni eso es democracia ni se sienten representados por ellos. En esa tesitura hay que distinguir los movimientos políticos, que surgen para transformar el Estado, y los movimientos sociales que surgen buscando el debate y la emergencia de nuevas formas culturales, nuevos valores sociales y de todo tipo. Pero cuando los problemas de la gente no son debidamente atendidos, la gente no puede más y explota. Cuando esa explosión de produce puede ser con violencia más o menos controlada o incluso de forma extrema, pero no se trata de movimientos articulados en proyectos cuyo intento sea cambiar las instituciones.

Podemos resumir las causas que convergen y refuerzan el descrédito del sistema en tres etapas: una primera fase en la que el descrédito y deslegitimación de los partidos políticos lleva a la fragmentación caótica de los sistemas políticos. La segunda es el surgimiento de los movimientos sociales y la tercera las explosiones sociales.

Otro aspecto a tener en cuenta es que cuando las mismas causas afectan a muchos países, los conflictos también terminan globalizándose y por eso decía recientemente Castell a los chilenos que dentro de poco no serían ellos solos.

Es evidente la relación entre el sistema económico neocapitalista y las catástrofes que asolan el mundo. La globalización del neoliberalismo y la rapiña de los recursos naturales por corporaciones privadas traen como consecuencia la persecución y matanza de los líderes indígenas, la contaminación de sus tierras y de los recursos hídricos, agravado por la privatización del agua, expulsa a la población nativa de sus tierras. Ejemplos actuales de este tipo tenemos en Latinoamérica y África entre otros.

Destacarían como consecuencias comunes del sistema cada vez más generalizadas: concentración de la riqueza, expansión de la pobreza, paro, salarios de miseria, pérdida de derechos laborales, emigración forzosa y el gravísimo problema de la contaminación del planeta. Son causas suficientes para globalizar conflictos.

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