Opinión

Cuando ya nada es igual pero no es nuevo

ESO QUE nos ocurre ahora. Vivencias nuevas, extrañas, amenazadoras, inquietantes, angustiosas, ¿esperanzadoras tal vez? Cada cual las vive a su manera, marcadas por su historia, el entorno, su personalidad, las expectativas personales e incluso puede estar enfrentando varias de las situaciones mencionadas u otras dependiendo del momento.

Es una situación nueva y, hasta cierto punto, extravagante. Impensable hasta hace poco y para la que no estábamos preparados. Sin embargo, las pocas personas que aún viven y han sufrido la pandemia de la mal llamada gripe española coinciden en sus relatos al señalar que hay muchas similitudes entre ambas pandemias y que, a tenor de sus experiencias y de lo que se conserva escrito, evidentemente hay similitudes. Por lo tanto, nada nuevo; tan solo es que nosotros no lo habíamos vivido.

No hablamos de similitud de virus en los dos casos, salvo que son mortíferos, altamente contagiosos, nuevos y por tanto desconocido su tratamiento para combatirlo y sin vacuna para atajarlo, compartiendo además de la aparición por sorpresa y falta de medios y preparación eficaces para afrontarla, algunas similitudes en ciertas medidas adoptadas frente al virus y las consecuencias económicas y sociales de todo ello.

En cuanto al distanciamiento social, según refiere historiadegalicia.gal, puesto que “la infección se propaga por las gotitas de saliva de quién habla, tose… a nuestro lado, al ser respiradas por quién se acerca si está enfermo o convaleciente”, la situación obligaba al distanciamiento social igual que ahora. También se recomendaba “abstenerse de permanecer en locales cerrados, mal ventilados, dónde se reúna mucha gente, como tabernas o cafés”. Estas referencias que aparecían en algunas instrucciones y bandos de la época demuestran que ya en 1918 eran perfectamente conscientes de los peligros de contagio por contacto social, igual que ahora y por eso recomendaban evitar los espacios públicos de uso común y las aglomeraciones. En 1918 también se cerraron negocios en España, así como todos los teatros y puntos de reunión, manteniéndose únicamente las actividades esenciales. No faltaron las quejas de los padres por la obligación de mantener a sus hijos en casa.

En la zona rural, un bando de la época invitaba a pasear por el campo, huyendo de la aglomeración y en lo referente a la casa, mantener las ventanas de los dormitorios abiertas durante el día y ventilar con frecuencia las zonas de la casa dónde permanecieran. Entre las medidas higiénicas y de protección recomendadas nos encontramos con similitudes con la situación actual, incluido el uso de mascarillas de diferentes tipos y diseños.

El contagio había llegado a los pueblos y comunidades aisladas produciéndose durante las fiestas a las que también acudía gente de fuera, razón se pedía a la población que se abstuviese de celebrarlas porque habían supuesto una gran mortandad posterior en los pueblos. La celebración de la fiesta de San Isidro el 15 de mayo de 1918 en Madrid no se suspendió, lo cual dio origen a trágicas consecuencias.

Tampoco los bulos estuvieron ausentes en aquella ocasión, cuestión que requirió de la advertencia de “desoír a los ignorantes que invitan a beber alcohol o a consumir tabaco como preventivos, por ser sus efectos en esta ocasión más nocivos que nunca”. Si repasamos los bulos de ahora veremos que algunos incluso coinciden.

Las fotos de hospitales de los archivos nos recuerdan a los hospitales masificados de esta pandemia: enfermos en los pasillos, grandes salas repletas de camas; especialistas que tuvieron que ejercer de generalista pese a no estar preparados para ello. Y en cuanto al tratamiento, dice Ignacio García Doval, dermatólogo y epidemiólogo, que sorprende la similitud entre ambas pandemias y que de hecho las armas con que nos enfrentamos a ésta son similares a las de hace 100 años porque se trata de una infección para la que solamente tenemos tratamiento sintomático. En su opinión podríamos aprender del pasado porque hay muchas similitudes y las pandemias se repiten.

En 1918 el tratamiento indicado fue la aspirina, coincidente por cierto en sus efectos con algunos medicamentos usados actualmente, (ej.: la sugerencia actual de utilizar anticoagulantes), y también quinina y cloroquina, comercializadas desde 1900. Ya se utilizaron aparatos para la desinfección de espacios públicos.

No faltaron teorías de la conspiración, igual que ahora, ni los especuladores con el negocio de las mascarillas y los medicamentos; el precio de un comprimido de Aspirina pasó de costar unos céntimos al equivalente a 3 euros. Tal vez la diferencia más notoria fue que algunos empresarios pagaban el sueldo a sus trabajadores para que se quedasen en casa y no se muriese la plantilla.

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