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Mi espíritu navideño

Por primera vez en años me reconcilié con la Navidad

guADORO EL cine navideño. Me refiero al cine navideño de verdad, no a esas porquerías tipo Frank Capra, ¡Qué bello es vivir! Cada año se estrenan medio centenar de telefilms en los que los guiones son pésimos, los actores malos y los caballos viejos. Le juro por la vida de Santiago Abascal que hace dos días en una de esas películas vi a un caballo tosiendo. Pensará usted que los caballos no pueden toser y lo mismo creía yo. El pobre animal, viejo y enfermo, terminó la escena antes de morir fuera de cámara. Un profesional que hacía el papel de caballo fuerte y lozano.

Esas películas tienen éxito porque nos presentan esa Navidad en la que todos quisiéramos creer: hay milagros, siempre hay un falso Santa Claus representado por un actor viejo y seguramente alcohólico que resulta ser el verdadero Papá Noel; siempre hay una familia desestructurada que acaba encontrando una estructura y siempre prevalece el amor y el espíritu navideño.

Con los años logré deshacerme, al menos en parte, de la Navidad real, la del cuñado al que no soportas, la de los reencuentros no deseados con antiguos amigos a los que ni reconoces, la de las compras y las sonrisas impostadas, la de los villancicos con letras estúpidas: “Yo me remendaba, yo me remendé, yo me eché un remiendo, yo me lo quité”. ¿Qué carajo es eso? Vamos a ver, querida señora, ¿quién ocupa su tiempo en poner y quitar remiendos? Sin duda una persona desequilibrada; ¿qué clase de pescado bebe y bebe y vuelve a beber en el río por ver a Dios nacer?

Esas películas que me encantan logran que uno, al menos si yo soy ese uno, olvide la Navidad real para encontrarse con unas fechas de ensueño; una ficción que nunca se convierte en realidad. Lo único que salva mis navidades últimamente es que mi hija vuelve de Dublín para pasar unos días con nosotros, pero la disfruto igual o mejor en octubre o en agosto.

Pues estaba yo este sábado en una terraza y por primera vez en años me reconcilié con la Navidad. Resulta que en la mesa de al lado había una pareja. Ella dibujaba la Praza da Ferrería de Pontevedra. Es la obra que ilustra esta página. La hizo, me dijo luego, en un cuarto de hora. Se llama Elena Guevara y es de Ourense. Pontevedra estaba casi vacía a la hora de comer, a ratos llovía y yo me había quedado solo.

Cuando se levantaban para irse le pedí que me enseñara el dibujo. Y ahí, en ese instante, me reconcilié con la Navidad, porque lo que había retratado la artista es la Navidad real, la que no es del cine asequible ni del cuñado pelma que no ha aprendido a beber.

El árbol de A Ferrería no estaba iluminado, claro, a esas horas. Era un gran cono casi transparente. Y abajo a la derecha se ven las patas de una gaviota. Hasta en eso acertó la artista a la hora de interpretar mi ciudad. El bicho carroñero se había posado sobre el toldo de la terraza, justo encima de la pintora y así la dibujó, vista desde abajo, sólo las patas, mientras la gaviota buscaba el momento de arrebatarme el pincho de tortilla, cosa que logró al cabo de un rato.

Poco antes se había acercado otra pareja a la mesa que ocupaban Elena Guevara y su acompañante. Los vi abrazarse como si llevaran tiempo sin verse. Ninguno de los cuatro parecía un cuñado pelma y se alegraron de corazón, o eso me pareció a mí.

Y ahí comprendí que ésa sería mi Navidad de 2018: la de este dibujo hecho por una artista ourensana de paso por Pontevedra, la de ese instante en que fue feliz ante mis ojos y la de mi plaza interpretada en 15 minutos. Si hasta la gaviota acabó cayéndome bien. Ni un caballo tuberculoso tosiendo hasta la muerte podría ser más adorable que el pájaro que me dejó sin alimento y al que volveré a odiar a mediados de la próxima semana.

Pues yo a Elena Guevara, a la que no conozco de nada y lo mismo es una asesina en serie pero me da lo mismo, le deseo unas navidades felicísimas. A ella, a sus amigos, a sus mascotas y a su familia; incluso a su cuñado insoportable si es que lo tiene y si no también. A mí me ha salvado estas fiestas y les ha dado un sentido. Dios, en caso de que exista, la tenga en su gloria.

Si es que al final la Navidad, ahora que lo pienso, puede ser una cosa tan simple y tan hermosa como una plaza dibujada en un cuarto de hora por una artista forastera que aprovecha el tiempo mientras espera con su pareja a dos amigos a los que quieren.

Si en sucesivos años no me ocurre nada mejor, ése momento mágico representará mis navidades, porque si al final estas fiestas han de servir para algo es para eso: para ver a una artista dibujando tu ciudad y que te muestre su obra. Viva Elena Guevara, mi espíritu navideño.

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