Opinión

El mosteiro suevo

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Se dice que el mosteiro de Samos fue fundado por Martiño de Dumio en el S. VI. Este obispo que fue de Braga vivió su vida entera bajo dominio del Reino suevo, de ahí que le llamen Apóstol de los Suevos. La probable fecha de la fundación del mosteiro no encaja mal. Es cierto que el primer documento que lo menciona, grabado en piedra, data del año 666, ya en el S. VII, pero esa inscripción se refiere a una reconstrucción, por lo que es fácil suponer que ya llevaba ahí un buen tiempo. Por si con esto no bastara, historiador y también obispo, en este caso de Chaves, Hidacio, que vio marchar a los romanos y llegar a los suevos, un hombre brillante que había viajado a Palestina y por tanto tenía más mundo que nadie, menciona al mosteiro de Samos en un montón de ocasiones en su obra. Eso para los que dicen que los suevos no pintaron nada y que su paso por Galiza fue de una intrascendencia absoluta y que aquí no se levantó ni una piedra hasta que llegaron los visigodos.

También es verdad que Hidacio predijo que el fin del mundo se habría de celebrar el 27 de mayo del año 482, cosa que por lo visto no ocurrió, pero él no vivió para verlo porque murió algunos años antes, o sea que igual cree que ya fue el fi n del mundo y está el pobre todo apesadumbrado porque su pronóstico se cumplió. El caso es que desde su fundación y hasta hoy ese mosteiro nunca dejó de ser uno de los centros religiosos y políticos de Galiza. Allí, por ejemplo, educaron y protegieron a Alfonso II el Casto, ya en el S.VIII, que fue rey de Galicia (compréndase el ella Asturias, obvio), el norte de Portugal y buena parte de la actuales provincias de León y Zamora. Pues lo que era el Reino de Galicia, que a mí nunca nadie me ha dado respuesta cabal a una pregunta tan simplona como cuándo demonios los asturianos se independizaron de nosotros para formar reino propio. Si no fue con los suevos ni con los godos y tampoco luego, pues ya me dirá de dónde salió, que así de la nada nos aparece un reino al lado y no sabemos por qué. No sé, es que cuando el reino de Portugal se escindió del gallego todos nos enteramos, acuérdese, y está documentado hasta el detalle más nimio, pero del reino asturiano ni idea.

Lo que sí hay es una secuencia ininterrumpida de un reino gallego cuyo territorio, aunque menguado, se mantiene desde el primer día y hasta hoy y cuyo nombre permanece casi inalterable desde antes de Roma, desde antes de ser un Reino o un Estado, condiciones que adquirió precisamente con los Suevos, un periodo de actividad muy activo en lo político, en lo social, en lo militar o en lo religioso, aunque es verdad que no nos dejó un enorme patrimonio arqueológico. Por supuesto, del monasterio suevo de Samos ya no se conserva nada o casi nada, supongo que no ha perdurado, pero eso mismo ocurre con casi todos los edificios religiosos. Mire usted el proceso evolutivo de la arquitectura de la catedral de Compostela y comprobará que casi nada queda de la construcción original. Tampoco eso es muy importante, al contrario: sí es muy importante. Si el de Samos fuera una porquería de monasterio no existiría hoy, nunca hubiese sufrido tanta remodelación o reconstrucción, porque no estaban los tiempos para gastar la pasta en tonterías. Figúrese cuántos monasterios y cuántas iglesias habrán desaparecido y eso que solamente iglesias hay 3.772 en Galiza a día de hoy.

Pero hay documentadas decenas y decenas que ya no existen, algunas de ellas que ni sabemos dónde estaban, pues la toponimia, aunque por lo general se mantiene con los tiempos, en ocasiones ha cambiado o ha desaparecido. Todas ellas no se debieron considerar útiles y en algún momento fueron abandonadas al no tener ya una función que cumplir. Otras permanecen inalterables y gracias a ello, a su importancia menor, conservamos un patrimonio románico impresionante, pues nunca hizo falta agrandarlas ni adaptarlas a las diferentes modas arquitectónicas. Ya nos gustaría ver el mosteiro de Samos en su factura original, pero va a ser que no, que como mucho podemos imaginarlo y malamente.

El caso es que ahí sigue y es fruto de una época en la que en Galiza proliferaban los santos y los obispos tenían una gran influencia, tanta que convirtieron a la realeza sueva al cristianismo de una manera más bien forzada, si hacemos caso al historiador Benito Vicetto, que a mí me encanta porque cuando no sabía algo se lo inventaba, como yo, que no soy ni historiador, ya me gustaría ahora, pero no en mis tiempos de estudiante, en los que lo que menos me interesaba, ay de mí, era el estudio.

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