Opinión

La guerra de los medios

EMPEZÓ, ahora sí, la campaña más corta de la democracia. Y la más innecesaria, por cuanto estamos aquí por la incapacidad de los líderes para formar gobierno cuando las cuentas daban, cosa que no parece que vaya a cambiar. Lo más entretenido de la campaña es comprobar que no hay una, sino varias, dependiendo de quién la cuente. Hasta hace no demasiado tiempo, las noticias eran las mismas en todos los medios de alcance estatal. Luego, ya según la línea editorial de cada uno, se le daba un sesgo ideológico para adaptarlas a las necesidades del partido favorito.

Aquello no estaba bien, pero ya quisiéramos ahora algo medianamente parecido. El consumidor de la información tenía cierta libertad para aplicar su criterio y juzgar el caso. Podía, además, leer dos o tres periódicos o escuchar diferentes informativos para formarse una opinión a partir de las diferentes versiones de una misma noticia.

Lo que sucede ahora es que hay noticias que directamente se ocultan en unos medios mientras se amplifican en otros. Lo que anteriormente era noticiable según todos, hoy no lo es. Muchos, por ejemplo, no consideran de interés informativo que Rocío Monasterio firmara proyectos como arquitecta cuando aún no lo era, y que en connivencia con Espinosa de los Monteros, construyeran obras ilegales para venderlas estafando a sus clientes. Hablamos de dos de los principales líderes de Vox y esto salta en plena precampaña, pero es posible que usted no lo sepa, dependiendo de si los medios a los que acude hayan considerado que mejor que usted no se entere, por si acaso.

Otro asunto de alcance es la estrategia tramposa del PP, ya empleada en las autonómicas andaluzas, de gastar miles y miles de euros en desincentivar a votantes de partidos de izquierdas con mensajes lanzados desde cuentas falsas en redes sociales, utilizando una táctica de comprobada eficacia que consigue, más que el voto tu partido, que los votantes del rival se abstengan. La utilizaron Trump y Bolsonaro y ahora lo hace Casado siguiendo el modelo que tan bien le resultó a Moreno Bonilla. La cuestión es como sigue: se abren varias cuentas en Facebook o en Instagram desde las que el administrador, haciéndose pasar por un votante de izquierdas descontento, inunda las redes con mensajes pagados que obtienen millones de visitas, mensajes en los que pide la abstención a los potenciales simpatizantes del PSOE y de Podemos.

La noticia, que debiera tener alcance estatal sólo se puede leer en unos pocos medios porque los demás han decidido ocultarla. En otros tiempos, decía, cualquier director de informativos de una cadena o una emisora o cualquier director de un periódico de tirada nacional, que son los que se encargan de cubrir estos temas, lo hubiera publicado aunque fuera para dar la razón al PP. Hoy los códigos deontológicos no es que se incumplan: simplemente ya no existen.

Paradójicamente, y a pesar de que la prensa generalista sufre una crisis que parece no tener fin, hay muchas más fuentes de información que nunca. Y eso, que tendría que ser bueno, es aterrador. La guerra por ganar influencia ante el poder, sea político o empresarial, es atroz y en ella vale todo. No hay mejor manera de hacer la pelota a un candidato o a su partido que ocultar cualquier información que pueda hacerle daño, y más en periodo electoral.

Muchos medios han dedicado páginas enteras o minutos de radio y televisión a criticar a Pedro Sánchez por utilizar la Moncloa para hacer campaña. Es lo justo. Es escandaloso. Pero como mínimo igual de escandaloso si no más es que un partido que ha gobernado España durante décadas y pretende hacerlo de nuevo, como el PP, utilice artimañas totalmente antidemocráticas para restar votos a sus rivales. Pero los mismos medios que dedican portadas a lo de Sánchez no ponen ni una sola línea sobre las trampas de Casado o sobre las pasadas estafas de los líderes de Vox.

No se trata de pedir imparcialidad. Hace ya muchos años que en España no existen los grupos mediáticos ecuánimes. Pero el consumidor de información tiene todo el derecho a exigir que al menos no se le oculten noticias que pueden ser útiles a la hora de decidir un voto o de ser un ciudadano medianamente bien informado. En la guerra mediática hay mucha guerra sucia, y las víctimas colaterales son los ciudadanos, que pagan por una información que se les escamotea.

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