Opinión

Con el coche en marcha

Nuestro yo interior tiene muchos conflictos: con él mismo, con el yo de al lado y con todos los 'yos' del entorno

ERA UN viaje más. Llevaban unos nueve años juntos, casi diez. Empezaron a salir cuando estaban en los años de instituto, dentro del colegio. Iban al mismo porque los dos vivían en la misma urbanización y era aquel el colegio habitual: privado, al que iban los mismos hijos de las mismas familias del mismo lugar y prácticamente de las mismas empresas. Algunos padres no trabajaban en las mismas empresas, pero lo hacían entre ellas. Todo quedaba en casa, también su relación.

El anuncio de un novio en casa de ella fue tomado de una manera natural, sobre todo cuando indicó que se trataba de un compañero. Todo en orden. Lo mismo le ocurrió a él, Jacobo contó en casa que Andrea era su chica y enseguida añadió sus apellidos, la casa donde vivía a unos pasos de la suya y las empresas de sus padres. Todo en orden igualmente. Con esta base se fue desarrollando una relación buena, normal, habitual… Crecieron juntos, empezaron sus respectivas carreras en sendas universidades privadas juntos, sus amigos seguían siendo los del colegio y la urbanización, con alguna nueva incorporación de la universidad que se integraba sin problemas.

Ellos disfrutaban de su vida de jóvenes emparejados: viajaban, salían, cenaban en distintos restaurantes de la ciudad solos y acompañados… Algún domingo se comía en casa de los padres de uno, y otro en la de los padres del contrario. No se habían ido a vivir juntos porque aún estaban terminando las carreras y no correspondía. Para cuando esta época pasara, todo su entorno suponía una boda, unos trabajos relacionados y posicionados y una perfecta vida en común, hijos mediante.

Aquel fin de semana se iban a una casa de turismo rural. Jacobo llevaba su coche e iba a conducir él. Metieron las maletas, prepararon la música para el viaje, colocaron los asientos y emprendieron marcha. Llevaban la no prisa de siempre, y también una relajada conversación. Jacobo empezó a contarle a Andrea algo sobre la noche anterior. Ella lo escuchaba tranquila, mirando a la carretera, esperando una charla sobre sus amigos, sobre el nuevo bar donde habían estado… lo habitual. Entonces Jacobo, de casi 25 años, de familia numerosa, le espetó algo a Andrea: "Anoche conocí a una chica, estuve hablando con ella y me lo pasé mejor que contigo".

Andrea se quedó callada unos segundos. Cogió el teléfono móvil, uno de los últimos que había salido al mercado, y marcó un número. Al otro lado de la línea estaba su padre. Miró en la carretera cuántos kilómetros habían avanzado desde que salieran de Madrid. Y le dijo a su padre sin darle más explicaciones: "¿Me puedes venir a buscar?". Indicó fría a Jacobo que parase el coche en la siguiente estación de servicio y le dijo que se podía marchar en cuanto llegaran. Le explicó también que su relación había terminado justo en ese momento. Jacobo la vio tan segura, tan fría y tan convencida que, imaginando a su futuro suegro en camino, no quiso más que dejarla en la estación y marcharse.

El fin de semana rural había terminado de una manera tan abrupta que tras el viaje de vuelta de Andrea con su padre, ella ya había recibido algún mensaje al móvil. Al día siguiente, un ramo de flores. Y así sucedió durante unos cuantos meses… mensajes directos, mensajes a través de los amigos en común, mensajes a través de sus padres, flores, invitaciones… Andrea no respondía a nada, mientras sus amigos le decían que estaba siendo excesiva su reacción, que no era para tanto, y que además Jacobo había sido sincero.

Andrea no atendió a comentarios ajenos. Ella solo atendía a su interior, que fue quien le indicó en aquel instante del coche que Jacobo, con su frase, había enterrado su relación. Andrea no quería a su lado a alguien que no disfrutara con ella, y menos aún quería a alguien que lo pasara mejor con otra. Y todavía menos adecuado le parecía llegar a ese punto de conversación y, sobre todo, a ese punto en una relación, con apenas 25 años. Nunca más volvió a atender a las peticiones de Jacobo y siguió su vida con sus amigos en común, incluso viéndolo a él. Y siguió recibiendo sugerencias y peticiones de sus amigos, aconsejándole volver con él. Y siguió rechazando todos los comentarios y siguió viviendo orgullosa de la que muchos calificaban de hazaña, mientras ella miraba a sus padres y pensaba que por fin había alguien con su apellido que había decidido su futuro. Andrea cumplió 30 años sin novio. Eso es lo que le decían. "Yo cumplí 30 años y soy feliz", pensaba ella.

Comentarios