Opinión

Hacemos el balance de lo bueno y lo malo

LOS AÑOS no comienzan en enero  para  todo  el mundo: hay quien considera septiembre el inicio real de una nueva etapa. El final de las vacaciones, la vuelta al cole, el cambio de estación... ahí aparecen en ocasiones propósitos en la categoría de incumplidos. El gimnasio, la dieta, el inglés, el ahorro... Ya sabe, la típica pieza que emiten en el informativo el primer día del año, que no difiere tanto de la que se emite en septiembre con eso de la depresión postvacacional y el gasto medio por familia entre libros y uniformes.

Un buen propósito de nuevo año, que a muchos nos viene bien con el cambio de armario según la estación, es la limpieza. Y no me refiero a las pelusas del pasillo, que esas vuelan libres incluso cuando uno acaba de pasar la aspiradora. Me refiero a limpiar como sinónimo de eliminar del armario, y de nuestra vida, prendas de ropa que no usamos ya. Hay quien la dona a una oNG, hay quien la lleva a los contenedores que para tal fin colocan empresas textiles en sus tiendas, hay quien la intercambia con los amigos, hay quien la vende en Wallapop y hay quien le añade ritmo a golpe de la guapi de Chicfy.

El caso es limpiar, ordenar, vaciar. Reducir prendas para obtener espacio para guardar otras nuevas. Muy consumista todo, muy del capitalismo. Hay hasta libros escritos acerca del fenómeno. Deshacerse de cosas para limpiar la casa, pero también la mente,  incluso  la  vida.  Como cuando en las películas ordenan la  mesa  de  la  oficina,  o  como cuando se quemaban los apuntes de la carrera en las hogueras de la playa del orzán. Purificar, viva san Juan. Todo esto, así, a la vez y sin orden, me vino a la cabeza cuando leí que el director de cine Juanma Bajo Ulloa había ubicado su estatuilla, su premio Goya, en una tienda Cash Converters, que son algo así como las pioneras de la segunda mano en versión moderna. Casi cinco mil euros pedían por él: 4.999, que queda más fino y es muy de primero de Publicidad. Faltaba añadir sobre la cabeza del ilustre señor convertido en estatua una etiqueta naranja con picos, y el precio escrito en rotulador negro: tipo rebajas de mercería de la costa. Ahí estaba ese premio convertido en un objeto de no deseo, en una cosa de la que deshacerse, quitándole su contenido, dejando atrás sus connotaciones, dejando a la semiótica actuar ella sola: un Goya es solamente un trozo de bronce con forma de cabeza de señor. Se reduce a aquel puño que sujetaba una pluma que era en realidad un bolígrafo, todo ello en bronce también, que se colocaba junto al teléfono, en el taquillón de la entrada, en las casas de los años ochenta.

Si nos ponemos correctos, Juanma Bajo Ulloa emitió un comuniado explicando que no tenía nada que ver con ese Goya ubicado en una tienda de venta de objetos usados de Vitoria. se habló de un hermano como el culpable, pero no solamente del hermano que ganó con él ese premio, sino de otro hermano, que los Bajo Ulloa son más de dos. Correcto todo, nadie puso allí aquello y viendo el revuelo causado, el encargado de la tienda tampoco quiso venderlo. Esperaría que a ese precio, esos cinco mil euros que puso él en la etiqueta, comprara tal objeto ilustre un amante del cine, un coleccionista, un novio o una novia entregados. Entenderíamos todos que el comprador ensayara un discurso para el día que se hiciera con el cabezón en la tienda. Pero no hemos podido ver el final de la historia. Volviendo a la semiótica, si un Goya acaba en el escaparate de una tienda cual tabla de surf o botas de esquí de la talla 30, no debería costar cinco mil euros. Lo convirtieron, al menos por un par de días, en una estatua vacía de significado. Como un pájaro de cerámica que pone bajo un ala «María y antonio, 3 de julio de 1987», escrito en letras doradas.

Si esto fuera un concurso literario donde te dan el principio o el final de una historia, podríamos escribir que imaginamos a un Bajo Ulloa (el que sea) vaciando un armario, haciendo hueco ante la llegada de un bebé, o cambiando la ropa de verano e invierno en el armario. Vería entonces la estatua, la agarraría por el cuello y pensaría: lo que ocupa esto y no sirve para nada. Entonces la metería en una bolsa de plástico de la compra, porque una de papel tipo Zara rompería por el peso, y allá se iría con ella camino de deshacerse de tal absurdo objeto. El propio Juanma ha publicado un vídeo haciendo una historia de la historia, bastante grandioso. Hay quien habla también de una cuestión económica, por tanto, la posible historia dejaría de tener tintes de año Nuevo, y no serviría para esta contraportada de hoy, día 2 de enero. Que aquí cada uno vende lo que quiere, un propósito de año Nuevo o una estatuilla de un premio de cine nacional. Incluso podemos llegar a no vender nada. Ya lo decía Manquiña, dirigido por Bajo Ulloa, en ‘airbag’:  «Discutamos el concepto con el fin de discutirlo».

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