Opinión

"Hagamos un trato", dijo Mario Benedetti

Ojalá los días mundiales sirvan para algo más que para recordar durante 24 horas que nuestro patrimonio cultural es tan rico como inmenso

ESTA SEMANA  se celebró el Día Mundial de la Poesía, que podría tener su máximo esplendor en el cambio horario de hoy, porque es uno de los temas en los que más literatura se emplea. Desde el informativo hasta las tertulias de radio versan sobre las dificultades de adaptación a la nueva hora (¡una hora!), sobre el ahorro energético ese que la mayoría no comprendemos demasiado y sobre la conveniencia o no de este cambio dependiendo para quién. Nunca chove a gusto de todos. Pero es este del cambio horario otro tema diferente aunque tenga mucha poesía, al fin y al cabo, ocurre cuando empieza la primavera, ocurre cuando el amor fluye y las terrazas se llenan y cuando Zara vende las llamadas chaquetas de entretiempo. Que en lo cotidiano también hay poesía.


A los niños se les enseñó, quiero pensar que no debemos hablar ya en presente, poesía como casi todo en esta vida: a retazos, sin sentido, de memoria y porque sí. Y muy mayores. Y haciéndolos pasar vergüenza en la adolescencia más atroz recitando a Calderón de la Barca a pie de encerado. No, hombre, no. La poesía no es una cursilada que obligan en el cole, es un modo de expresión que encuentra significado hasta en el más torpe de los poemas que escribe cualquier quinceañero con granos. Alguno que ya está sin escolarizar tuvo la suerte de tener buenos maestros —aunque no fueran exactamente como el de El club de los poetas muertos—, que fueron resueltos para enseñar más allá de lo escrito en verso. El que no tuvo estos profesores de literatura con un punto histriónico no aprendió el verdadero valor de la poesía, a menos que saliera un romántico Bécquer de su corazón.

Los que tuvieron suerte aprendieron que la poesía es una especie de cebolla, con capas de entendimiento, con capas de sentimiento, con maneras de leer igual que las maneras de vivir de Rosendo. Los que tuvieren suerte también supieron ver que no es tan diferente un poema de Quevedo que un soneto de Sabina, que Benedetti no tiene por qué hablar mejor de la vida que Ismael Serrano y que poesía eres tú. Sin embargo, muchos crecieron creyendo que la poesía es algo para cultas ratas de biblioteca que declaman en la ducha en lugar de cantar el último éxito comercial de la radio musical más escuchada. Los raros de la clase leían poesía, o lo que es peor, se presentaban a concursos de literatura del ayuntamiento escribiendo la suya propia. Los demás jugaban al fútbol mientras trataban de copiar de algún libro un fragmento que enviar a una compañera de clase para mostrarse tierno. Son tópicos que han funcionado, o más bien, que han sido una realidad no tan lejana. Ahora que vivimos en una época de distintos tipos de educación, que abarca de la más clásica a la más moderna, la poesía parece tener otro tratamiento en los colegios. Con algo más de análisis y algo más de inteligencia emocional, que tampoco hay que obviar que un rap elaborado es una poesíacantada. Ocurre así en diferentes lugares y parece que hay un acercamiento de los jóvenes a la poesía en distintos ámbitos, pero sigue siendo más normal escuchar que alguien lee prosa, que compra el último bestseller y no que tira de los poetas clásicos en edición de bolsillo o en papel amarillento de casa de sus padres.

Contaba el otro día un cuento en el que dos chicas adolescentes que poco tenían que ver se unieron en el instituto por diferentes, aunque no aparentes, razones. Y que una de ellas fueron los versos de Benedetti que aparecían en un libro que estaba en una estantería de una cafetería cercana al centro escolar. Allí se escapaban para tomar café y hacerse las mayores arriesgando con un cortado mientras se recitaban poemas la una a la otra. No estaban enamoradas, eran amigas. Y la poesía las unió en sus diferencias, y les enseñó que por dentro eran muy parecidas. Lo mejor es que no se hacían las mayores leyendo poesía, les parecía bonito. No había mucho condicionante fuera de las aulas, no había quién las juzgara. Y se quedaron dentro con versos que recordaron toda la vida, incluso en los días mundiales de…

Claro que ellas seguro que fueron de las afortunadas que encontraron en su camino a profesores que les explicaban quién era Segismundo y el porqué de su monólogo, a la vez que les contaba las luchas entre Lope de Vega y Cervantes. O que solo dos mujeres, Gabriela Mistral y la Gloria Fuertes de la que celebramos centenario de nacimiento, formaban parte de una elitista lista de buenos poetas. Es que la poesía también es historia porque las escriben los hombres y las mujeres, aunque alguno de esto último se olvida tanto como de tratar de leer más allá un poema.

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