Opinión

Sin cargos a terceros

HABÍA SIDO siempre Patricia, ya desde su adolescencia, una muchacha comprometida. Con el entorno, con el medio, con las personas, con la vida misma. Empezó dejando sus apuntes, dándolo todo en los trabajos en grupo, y finalmente, la vida y la evolución, especialmente de internet y demás redes y aplicaciones asociadas, le habían permitido dar rienda suelta a su instinto colaborador.

Empezó compartiendo menú en la cafetería de la universidad, descubriendo que dos platos eran demasiados y que había manera de solucionarlo compartiendo bandeja. Tras unos cuantos viajes de paso de ecuador y demás parafernalia del campus, nunca más se volvió a alojar en un hotel tras haber descubierto páginas web de intercambio de pisos, que aunque no adjuntaban a Jude Law sentado en el sofá como en la película ‘Vacaciones’, habían tenido gran éxito para ella y sus acompañantes en los distintos viajes que realizó. Casas apañadas, que diría su madre, muy bien de precio, que destacaría su padre, y que para ella resultaban algo menos frías que una habitación de hotel, y sobre todo, algo más participativas: tras contratar una de estas casas, ella ya contaba con alguien conocido en la ciudad que correspondiese. Todo ventajas. Pasó de intercambiar casa a alquilar casas sin necesidad de intercambio, otro buen avance que siguió dejando de lado los hoteles.

Los aviones eran siempre de compañías de bajo presupuesto, después de que los autobuses ya le hubieran cansado, así que cuando descubrió que podía ir en coche sin conducir no dio crédito. Pagar la gasolina a medias para que un desconocido la llevara en coche mientras podía ganar hasta cuatro amigos y/o conocidos más le parecía brillante. Lo disfrutaba pero siempre se maldecía por no haber sido ella la creadora de tan magnífica idea. Consiguió tres compañeros de juerga y dos pretendientes en apenas un par de viajes por carretera nacional. Merecía la pena.


Una falda de flamenco paga una cena y demás asuntos modernos a través de un móvil

Cuando el tema de los viajes estuvo solucionado, hubo algo especial. La posibilidad de conseguir dinero a cambio de deshacerse de cosas que tenía por casa. Tiró especialmente de todos los años de academia de baile y en la aplicación de compra venta de objetos usados, creó un perfil lleno de faldas de ensayo y zapatos con clavos que fue vendiendo con calma y buen hacer. Su afición y proyecto desde la infancia, el baile, se convirtió entonces en una manera de generar ingresos para poder, entre otras cosas, irse de viaje. La manera de viajar ha cambiado, pensaba, a la vez que iba adquiriendo la normalidad de gestionar un viaje a través de su teléfono móvil.

Lo de recibir correo electrónico en el móvil fue una de las primeras cosas que instaló, así que poco le sorprendía a diario el número de mails que se acumulaban en una esquinita, en un círculo rojo, sobre la cuenta de correo. Una noche, a la hora de la cena, le llegó un aviso, que era algo así como un correo electrónico con la categoría de importante. Tenía en su cuenta corriente un cargo de diecisiete euros de un par de menús de kebab. El pedido acababa de realizarse, y ella se sorprendió mientras confirmaba que era ella misma la que estaba preparando una tortilla de patatas, así que no se le había ocurrido pedir la cena, y menos kebab, que aquella noche su estómago se había puesto en modo tradicional. Venía este cargo a cuenta de una aplicación más, ésta de reparto de comida a domicilio. Se dio cuenta entonces de que acababa de dejar atrás una relación que daría para dos o tres contraportadas más, y que era su exnovio quien estaba cenando, acompañado por cierto, mientras cargaba con su nombre y contraseña los costes a Patricia.


Quizás haya personas que necesiten matizar esto de la economía colaborativa


Tras escribir un "que aproveche", le pidió que se deshiciese de sus datos, o al menos, que no los utilizase. Se preguntó entonces si debía cambiar todas las claves de acceso a sus distintas aplicaciones que le facilitaban la vida. Y se percató de que su ex había aprendido de ella el concepto de economía colaborativa: ella pagaba la cena de él con su nuevo/a acompañante. Eso sí era un trabajo en equipo. Quizás haya personas que necesiten matizar esto de la colaboración: está claro que no vale para todo el mundo.

Mientras reflexionaba y cambiaba contraseñas, descubrió que en las redes sociales uno puede dejar su mensaje de despedida, no solamente para un ex novio hambriento, sino que podía dejar preparada una despedida a lo grande en caso de su propia muerte. Otra aplicación descargada.

Tecleó en un buscador: cómo conseguir más memoria para el teléfono móvil. Era ahora éste su único problema.

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