Opinión

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Mezclaba Antón las noticias en su cabeza a la vez que iba bajando el ratón por la pantalla. Pensaba que no hacía tanto tiempo que leía todo aquello en dos o tres periódicos con los que desayunaba. Pero no era ese el tema que ocupaba su mente en aquel momento. En realidad, tampoco tenía muy claro cuál era el tema principal, si es que lo había, y dónde estaban los secundarios. En la pantalla estaba claro: había titulares grandes, grandiosos, con letra en negrita, que destacaban unas noticias frente a otras. Por no hablar de las fotos a las que sus ojos llegaban mucho más rápido de lo que a él mismo le gustaría.

Resultaba que, en letra pequeña, y con la foto de un hombre que podría ser él, acababa de leer que en su país se duerme poco, se trabaja mucho y se practica el sexo lo justo. Se quedó atrapado pensando, primero, en qué significaba tener el sexo justo. Le entraron ganas de pinchar en el titular de la noticia para saber algo más, pero pronto se quedó pensando que, efectivamente, eran casi las dos de la madrugada y él seguía despierto leyendo noticias en el ordenador. Y sí, había estado trabajando justo hasta antes de cenar, y sí, había cenado mal frente al ordenador, y seguramente también cumpliera la estadística que dice que estamos unas nueve horas y media frente a una pantalla. Genial.

Hacer scroll es pasar las hojas del periódico sin chuparse el dedo

Pensó Antón que no había leído ningún estudio acerca del poder adquisitivo. Lo pensó mientras leía acerca de cien, doscientos y hasta trescientos mil euros. Un dinero que ni había visto, ni tan siquiera creía en sus mejores sueños que pudiera ver junto alguna vez en su vida. Se hablaban de esas cantidades, de fianzas, de cárcel, de no cárcel. Pensó que su vida era tan diferente a la de todas esas personas que ni tan siquiera tenía en su mano la capacidad de robar. Tampoco la de ser un poquito, aunque fuera poco, corrupto. Tenía un sueldo de una empresa desde hacía años, vivía de alquiler que declaraba y sus gastos eran básicamente la comida basura y la cuota de la compañía de teléfono para tener internet en casa. Sus únicas perversiones financieras eran los cupones descuento del supermercado y, pensándolo bien, algún fontanero al que pagó sin pedir factura. Lo invadió la tristeza.

Ya ni rabia sentía porque su madre había insistido desde que era niño para que Antón fuera consciente de que la justicia no existe porque el mundo no es justo. Y esta frase la tenía grabada a fuego. Así que no estaba sorprendido, ni enfadado, ni tan siquiera indignado porque los corruptos, ladrones, manipuladores o como se les quiera llamar no entraran en la cárcel y ni tan siquiera tuvieran que devolver el dinero robado. La impunidad no lo alteraba: sabía de ella desde que iba a la guardería. Lo confirmó al llegar al colegio: tampoco el profesor de Educación Física ponía sobresalientes a los que no iban a Atletismo.

Prácticamente cuando pensaba que este país había que resetearlo, se encontró con siete planetas disponibles. Un descubrimiento científico de esos que ocupan poco espacio en la portada normalmente, que estaba algo más destacado porque al parecer, tenían esos nuevos planetas unas características similares a la Tierra. Hay esperanza, pensó Antón.

Consciente de que la justicia no existe porque el mundo no es justo

Y eso que por no cuidar, no cuidamos ni a nuestros médicos, que se sienten maltratados laboralmente, leyó en otra noticia. "Si solo fueran los médicos" -pensó Antón en alto. Y entonces recibió un correo electrónico en el mail del trabajo. Eran las 02.10 de la madrugada. Tenía más posibilidades de morir de un infarto por alertas de este tipo en su móvil que por consumir una y otra vez aceite de palma, del cual descubrió tras su lectura de prensa en distintas páginas web que debía ser algo parecido al cianuro.


Volvió a pensar en su madre: no parecía usar aceite de palma en sus comidas de los domingos, pero la advertiría por si acaso. Al menos comer bien un día a la semana. Si pudiera tirar de una tarjetita negra de esas que tienen fondos ilimitados podría contratar a alguien que le hiciera una comida sana a diario. Podría incluso contratar un curso para que le enseñaran a cocinar y también a organizarse. Pero su banco, donde tenía la nómina, no le daba más que una tarjeta de crédito con un límite de 600 euros donde cada gasto se pagaba a precio de oro.

La vida de Antón ni tan siquiera le había permitido ver las películas de los Óscar: así que no podía opinar tampoco sobre si La la land era un gran fiasco o una gran maravilla. El cartel le había gustado. Apagó el ordenador y encendió la tele. Apagó la tele y encendió el microondas. Apagó el microondas y encendió la luz de la mesilla. Seguía sin poder dormir a oscuras.

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