Opinión

Un nuevo amor

DECIDIÓ UNA tarde Darío que se iba a presentar al casting de un programa de televisión donde conciertan citas, donde, supuestamente, se puede encontrar el amor. Más que encontrarlo, se puede tener una cita con él, con el amor, me refiero, que parece ser un corazón que sale de la cabeza del que uno tiene sentado enfrente. Entre los amigos a los que Martín se lo contó hubo diversidad de opiniones: desde los que no entendían que tuviera la poca vergüenza de salir en televisión haciendo algo tan íntimo como conocer a alguien hasta a los que les parecía estupenda la idea de que le pusieran enfrente a alguien con buena compatibilidad, pasando por los que sentían curiosidad y hasta les hacía gracia que su amigo fuera un personaje de un programa de la tele. 

La historia de Darío dio para una buena reflexión conjunta acerca de las nuevas posibilidades de conseguir el amor en una sociedad que lleva años poniendo a nuestro alcance plataformas de búsqueda de pareja y que desde hace relativamente poco tiempo nos permite tener encuentros, amorosos o sexuales, o ambos, a través de aplicaciones en nuestro teléfono móvil: más sencillo, imposible. Sencillo tecnológicamente hablando, porque para usar este tipo de herramientas hace falta tener una predisposición, e incluso para algunas de ellas, se necesitan agallas. 

El caso es que Darío pasó las primeras pruebas de acceso al programa pero llegó un punto en el que tenía que enviar un vídeo contando "y quién es él, y en qué lugar se enamoró de ti" y ahí le entró la primera timidez. La misma que tuvo una pareja que rozaba los cincuenta años, que se conoció por una página web que adivina con qué personas inscritas tiene uno afinidad, mientras que a su familia y amigos les contaron que se habían conocido en un concierto. Pura timidez, o vergüenza, las mismas que vencieron para acceder a la página, inscribirse, encontrarse con gente y terminar citándose por su porcentaje de afinidad entre el que se encuentran los gustos musicales y las creencias o no creencias religiosas. 

¿Por qué no situarse frente a alguien con el que sabes que compartes mucho y dejas que actúe la atracción?

Hace unos meses, una de estas aplicaciones de móvil para buscar parejas y una plataforma de música se unieron para que las personas se pudieran encontrar gracias a sus preferencias musicales. Otro paso más. Pensaba un amigo de Darío, en silencio, que en realidad las mejores opciones eran las de este tipo: daba igual televisión que ordenador que teléfono móvil, pero que exista algo que facilite el contacto entre personas poniendo como paso previo que tengan puntos en común es el futuro. O el presente. Eso sí que es inteligencia emocional. Lo pensaba él, quien se había enamorado de una chica que no vivía en su país y además estaba a punto de mudarse a otro, y que para más datos, tenía pareja. O sea, que él se había enamorado de un supuesto imposible. Compartía con la chica unas cuantas noches de amor y muchas conversaciones amenas, pero de entrada existían dos condicionantes: su lugar de residencia y su novio, que jugaban en contra de este amigo de Darío. Si la hubiera conocido a través de una de estas herramientas, esta chica no tendría novio (se supone), podría compartir con ella la lista de su cantante favorito y además viviría en su misma ciudad. Pero la había conocido en una fiesta y claro, las probabilidades de afinidad se reducen en un entorno clásico. 

Otra amiga de Darío contaba que había conocido a su marido y padre del niño que acunaba en un festival de música, por tanto, la afinidad musical estaba garantizada. Algo es algo. Afirmaba ella que las mariposas en el estómago y demás reacciones químicas del cuerpo no pueden provocarse por más porcentaje de afinidad al 90% que pueda conseguir una máquina. Pero Darío sostenía que también esto se puede cambiar. ¿Por qué no situarse frente a alguien con el que sabes que compartes muchas cosas y dejas que luego actúe, aunque sea un poco forzado, el tema de la atracción? Podemos buscar el amor reposado que pueda compartir de todo a lo largo de una vida o bien el amor pasional que hace reaccionar a un cuerpo nada más ver a alguien, que se convertirá después en miles de preguntas cuyas respuestas, tras la reacción química, pueden no gustarnos nada. Preguntas que son las mismas que hacen estas aplicaciones y páginas web al comienzo y cuyas respuestas seleccionamos. 

Darío sigue valorando el hacer o no un vídeo de presentación mientras algunos de sus amigos planean inscribirlo en el programa que te casa directamente, sin más datos que el ya manido porcentaje de afinidad. Así Darío podría saltarse todavía más pasos, incluso el de la cita con cena y su posterior digestión. De la afinidad al altar.

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