Opinión

¿Y qué vamos a ver?

EN LA TERCERA fila está sentado Luis, junto a su padre y su abuela. Disfruta del espectáculo, tranquilo, mientras come medio bocadillo de jamón. Es por la mañana, pero la abuela ha entendido que ir al teatro está muy bien siempre que lleve algo de almuerzo, no llegue a casa el niño con hambre. Al padre de Luis le han dicho que el teatro es un buen lugar para llevar a los niños los fines de semana. Ha sido otro compañero suyo, también separado, que se ha enamorado de una madre viendo El patito feo. Así que el padre de Luis le ha dicho a la abuela que los acompañe: así pasa tiempo con su nieto, porque solo lo ve un fin de semana cada quince días y de paso, si surge algo, podría hacerse cargo de la criatura.

En uno de los palcos está María. No está prestando demasiada atención al escenario. Le ha parecido que enfrente está una compañera suya del cole. Así que ya no puede estar tranquila. Imagina que yendo con sus padres, no pasará nada, pero al mismo tiempo tiene miedo de que la niña la insulte de nuevo, y tener que explicar lo que lleva tantos meses callando en casa. Su madre ya le ha llamado la atención tres veces por no estar mirando a los actores. Y a la cuarta, le ha girado la cabeza con su mano. Ella no puede dejar de mirar si la otra niña es la que piensa que es. Pero no puede explicárselo a su madre, que cada vez está más nerviosa y le ha dicho a su marido que para qué habrían ido si María no está viendo nada.

Justo al lado de los técnicos están Juan, Miguel, Paula, Dani y diez compañeros más. Están muy atentos y se levantan y se mueven y hablan. No ven demasiado bien desde su sitio, están bastante alejados del escenario. Hacía tiempo que no los llevaban a ninguna actividad, y ha sido toda una aventura llegar desde la casa hasta el teatro. Viven todos juntos en un centro de menores y han ido con tres monitores. Cuando se han enterado que uno de ellos era Jorge, se han puesto muy contentos. Es el que más los hace reír y les permite siempre quedarse un ratito más en la sala de televisión.


Detrás de la mirada de cada niño hay un baño, una cena y un buenas noches distintos. También estas rutinas marcarán su mirada de adulto


Joana, en la fila quince, está intentando decirle a su madre que no entiende por qué la protagonista lleva manga corta si es invierno. Pero no puede. Su madre está hablando con una amiga, recomendándole la obra por whatsapp. Están en primera fila, justo al lado de Antonio y Ángela. Ahora tienen seis y doce años. Todavía no saben que cuando crezcan, y Antonio vaya a cumplir la mayoría de edad mientras Ángela esté ya acabando la carrera, su padre va a contar con orgullo que sus hijos por fin se van de casa. Conseguirá que el chaval se meta en el ejército y la niña, con veinticuatro, se irá a vivir a una residencia entre semana. Aceptará el padre, taxista, que vaya los fines de semana a casa. Será un alivio quedarse solo con su mujer otra vez.

Mientras Alba contempla fascinada a los actores, sus padres siguen discutiendo en una esquina del patio de butacas. O al menos es lo que le parece a la pequeña, que oye como uno le manda bajar la voz al otro. No discuten entre ellos, sino sobre la manera en la que el colegio de Alba lleva adelante la pedagogía. Estarían más conformes si se adaptaran a las nuevas corrientes que leen en los blogs sobre paternidad, maternidad y modos de educación. Pensaron que ese colegio estaba bien por la zona y por el tipo de padres que vieron en la jornada de puertas abiertas, pero pasados unos meses, creen que no está a la altura de lo que ven en internet.

El padre de Ana parece muy atento a la obra, mira fijamente el escenario. Ana no sabe que su padre está pensando que todavía es sábado. Antes deseaba que llegase el fin de semana, pero ahora no ve el momento de que sea lunes por la mañana para dejar a Ana en el colegio y a sus dos hermanos en el instituto. Al padre de Ana lo agobian los días de ocio, porque no sabe qué hacer con sus hijos y lo cansan demasiado. Las guerras entre ellos y la falta de descanso para él y su mujer le hacen pensar en el mundo escolar como la bendición de la paternidad.

Los padres de Manuela no paran de mirarla. Intentan atender también al escenario, pero es que les gusta mucho más observar la cara de emoción de su hija mientras ve lo que hacen y dicen los personajes. La están viendo disfrutar tanto que ellos se esfuerzan por seguir la obra para poder comentarla con ella al salir, pero se les van los ojos hacia los de Manuela. Ella, con sus pequeñas manos, agarra a sus padres, uno de cada lado, cada vez que sale el malo. La madre de Manuela se pregunta si no se podría evitar que hubiese siempre un malo en las narraciones infantiles y pone cara de circunstancias. El padre de Manuela mira la cara de su pareja, se acerca a su oído y le dice: tampoco es tan malo….

Pepa no sabe que hace exactamente seis años y medio estuvo durante una semana llorando en su cuna en el pasillo de su casa. Dejarla llorar era el único remedio que sus padres encontraron, a través de las revistas de bebés, para que aprendiera a dormir sola. Pepa está muy bien sentada, lleva un lazo enorme en el pelo y mira desganada lo que ocurre sobre las tablas. Su madre coge la mano de su marido. Siente que, de alguna manera, tiene que reivindicar su espacio. Pepa es demasiado guapa.

Todos los niños suben al final del espectáculo al escenario. Se miran unos a otros. Puede que Luis se enamore de Pepa. O que Antonio y Manuela sean compañeros de universidad.

Quizás Alba y Joana se hagan grandes amigas. Todos los padres están en sus butacas. Al menos comparten el gusto por el teatro infantil.

Comentarios