Opinión

Peregrinos

LOS DOS AÑOS de pandemia habían hecho olvidar lo difícil que resulta caminar por Santiago en verano, y por eso resuenan ahora tanto las críticas al turismo. La masificación es mala, claro está, pero entre blanco y negro hay tanto gris como en el cielo compostelano cuando no hay turistas. Sin ellos la ciudad es más habitable, pero no es menos cierto que ha perdido su fuelle estudiantil —apenas quedan 20.000 educandos de los 50.000 que tomaban las calles hace dos décadas— y que la industria no es su fuerte. No queda otra, pues, que encomendarse al Apóstol. Y a la vez pedirle un milagro: una mesa libre estos días en la zona vieja.

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