Opinión

Bar Pasaje

Al fin Damián y yo brindamos con la birra decisiva no sin antes prometernos media docena de cosas que difícilmente se llevarán a cabo por motivos de desidia


NORMALMENTE ME cito cada tres meses con mi buen amigo Damián por motivos de conservación anímica y porque las discusiones las solemos posponer entre las nubes del desacuerdo.

Debo aclarar que Damián por poco me ve nacer, quiero decir, no estuvo presente en el alumbramiento (acaeció un mes de enero pluvioso y áspero, con rayos y truenos y Montecelo a rebosar de urgencias griposas) pero como nos conocimos ostentando la temprana edad de tres años, pues considero que sí observó mi expulsión al mundo. Así es que para lo que nos queda en el convento gustamos en hacer perdurar ese afecto sin demasiados miramientos.

Las últimas convocatorias las hemos tenido después de que el sol se haya suicidado, en el Bar Pasaje de Pontevedra, un terreno donde hay que adentrarse sin prestezas, no sólo a causa del pincho de croquetas, sino porque su mayor aliciente quizás sea el poder toparnos allí con Manu Rey. Manu pertenece a ese grupo de pontevedreses que echa de menos la ciudad del Lérez cuando visita otras urbes. “Estando en Copacabana, con un sol radiante y la playa a rebosar de extraordinarias curvas femíneas, sin saber el cómo ni el porqué, comencé a echar de menos Pontevedra”, me confesó quien regenta desde diciembre del año pasado el Pasaje.

Entonces yo le pregunto que cuál es el motivo por el que aquella gruta tabernaria es animada por tanta moza guapa, y él no pueda más que sonreír y explicarme que eso no es más que un rumor infundado. Entre cervezas el regente resuelve amenizar nuestra estancia en el local y comienza a narrarnos grandes anécdotas acaecidas a lo largo de sus años en Furya Granate, siempre alentando al Pontevedriña; unos tiempos fastuosos que ya no retornarán, a no ser que alguien concluya de una vez por todas invocarlos entre las piedras sabichosas y centenarias de una villa que ambiciona volver “a roelo” en Primera División, cueste lo que cueste.

Al fin Damián y yo brindamos con la birra decisiva no sin antes prometernos media docena de cosas que difícilmente se llevarán a cabo por motivos de desidia. Atrás dejamos la jarana juvenil del Pasaje. Allí aún se resiste a irse Manu, modestamente acodado en la barra, bien escoltado, como siempre. “Ni se te ocurra escribir nada de lo que te he contado hoy aquí”, me pide encarecidamente mientras me guiña un ojo y me da la mano.

Manu, tú ya sabes que en la vida todos tenemos un secreto bochornoso, un arrepentimiento irreversible, un sueño imposible y un amor inolvidable. Por suerte para los dos, yo casi siempre garabateo sobre lo último por motivos de pura supervivencia.

Comentarios