Opinión

Código de barras

Casi todo está embalado e higienizado en la sociedad actual, de una manera u otra, todo carece de naturalidad, y eso hace que el falseamiento haga mella en nuestro estado de ánimo


E mergemos asépticos, nos pervertimos incesantemente y morimos sin obligación de continuar vegetando, ya que siempre hay una imperturbable sepultura que anhela recibirnos sin esperar nada a cambio, sin siquiera juzgarnos.

Mal vivimos o por ventura sin más logramos perdurar resistiendo a la áspera erudición del envasado social que nos rodea (ahora los niños nacen envasados, no sé si al vacío y/o con escamas, pero el caso es que brotan —por ejemplo— con un número ingente de alergias si los comparamos con los que llegaban hace una o dos décadas. Por tanto, acaso estos niños no sólo surjan empaquetados, sino que también lo hagan con un número de serie que les controla, un código de barras, una cortinilla de malos humos o un número rojo, para así ser identificados fácilmente por la maquinaria omnipresente del sistema vigente que no se cansa a la hora de moldear ideas y que, incluso, gusta en controlar nuestro aspecto físico, cuerpos desnaturalizados gracias a los mandatos alienadores que leemos o escuchamos en la mayoría de los medios de comunicación).

Casi todo está embalado e higienizado en la sociedad actual, de una manera u otra, todo carece de naturalidad, y eso hace que el falseamiento haga mella en nuestro estado de ánimo, en nuestras relaciones. Me resultó curioso la primera vez que vi una lechuga no sólo envasada, sino también lavada y fumigada, metida boca abajo en una bolsa de plástico verde donde resaltaba el sello garantista de la UE. Pienso que lo peor fue aproximar mi nariz para olisquear aquel vegetal y advertir casi de inmediato que su tufillo era algo a lo que yo normalmente gusto en denominar como "olor figurativo": una cosa que me había resuelto dejar de llevarme a la boca a la temprana edad de cinco años por motivos de recato y pulcritud, por mucho que la OMS me indicase lo contrario.

La ciencia del envase es la erudición del que no piensa en quién realmente quiere ser porque ha dejado tal cuestión para mañana o simplemente porque las dificultades sociales no se lo permiten, si bien todo ser humano que haya sufrido a manos llenas está al corriente de que más vale una cicatriz por valiente que una piel intacta por cobarde.

Lo que intento exponer lo sintetiza de manera solemne Eduardo Galeano cuando indica que "estamos en plena cultura del envase; el contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios". Y a la vista de lo ostensible, entiendo que me acabaré comprando un pato de cerámica para evadirme y así renacer volando.

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