Opinión

El vacío de cada uno

AGARRAR VASOS vacíos y lanzarlos con fuerza hacia lo imperecedero cual gesto reivindicativo es cosa de locos y/o solitarios. Convertir el pan de todos los días en esperanzas venideras causa controversia en la mente del hombre común, pero no en la cabeza maniática del hombre o la mujer que pasa por la vida ausentándose de las normas inadecuadas, de lo que es socialmente oportuno. Solitarios que pasan por el mundo, que reclaman un gramo más de realidad batida por las manos de un mundo mejor.

Faros sin mar y sin complejos, hombres y mujeres que no legitiman lo presente, tal vez porque lo presente tiene mucho de rancio y poco de esperanzador. Dardos hirientes que son esquivados con maestría por esos personajes somnolientos —antihéroes incorruptibles— que de vez en cuando caen al suelo para forjar desde la tierra un carácter lleno de heridas, esas heridas que nos hacen sentir vivos, que son necesarias para saber que estamos donde estamos y sentimos lo que sentimos. Fin de un ciclo y volver a empezar. Letargo de ideas, de ademanes, de causas perdidas por motivos de aspavientos o simplemente por el hecho de ser lo que en verdad somos, sin miedo al qué dirán, sin temor a la aceptación de una sociedad que se mueve a golpes de IPad, PC y mensajes directos y espontáneos que poco o nada clarifican.

Existimos en la sociedad del ahorro sentimental, de la desidia interior. Poseemos miles de maneras diferentes de comunicarnos y sin embargo jamás hemos estado tan incomunicados. Tomarse un café buscando una charla es utopía de días pasados. Anhelamos afinidad de piel, calor de manos, simpatía de muchos, y al final un escueto mensaje con emoticonos que poco o nada nos expresan.

El vértigo existe y nosotros formamos parte de él; el vértigo es levantarse y mirar una pantalla —da igual el tamaño de la susodicha— buscando una respuesta, exponiendo con sumo entusiasmo nuestras preocupaciones, procurando entendimiento por la otra parte, para así darle sentido al sin sentido de levantarnos todas las mañanas cual esclavo lacerado que anhela libertad sin saber si la libertad es la marca errática de una gran multinacional o un estado de conciencia que hace que el ser humano pueda darle sentido a todo lo que siente, lo que respira, lo que intenta encuadrar en su cabeza.

Y es que lo bueno del vacío existencial es que puedes meterle de todo.

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