Opinión

Tolerancia cero

UN DÍA normal es un día medio plomizo y bastante ecuánime, con silencios prolongados hacia “la nada” y sin demasiadas ataduras por parte de la gente que nos rodea. Suelen ser horas y minutos que van pasando sin que suenen las sirenas de las ambulancias o las de los coches de bomberos, es un buen momento para dormir la siesta y soñar con lugares que jamás hemos visitado, lugares comunes.

Lo que desde luego no pertenece a un día normal, aunque para algunos semeje fastidioso admitirlo y combatirlo, es la intimidación hacia los demás, la desgana vital y las injusticias divulgadas a manos llenas. Este mes de agosto ha sido -aún lo es- una muestra de lo que les estoy hablando: la violencia de género, directa o indirectamente, ha ido dejando tras de sí un reguero de sangre inocente que solamente nos puede llevar al punto de decir “permisividad cero” hacia los maltratadores.

Incluso los niños han sido utilizados como “moneda de cambio” a la hora de llevar a cabo sus atrocidades estos maltratadores y homicidas. Evidentemente, si la humillación hacia la mujer es un acto gallina y vil, la agresión hacia los menores de edad evidencia todo tipo de adjetivos relacionados con la cobardía y con el alma empobrecida de aquellos que se atreven a provocarles daño.

"Quisiera sufrir todas las humillaciones, todas las torturas, el ostracismo absoluto y hasta la muerte, para impedir la violencia"


Quisiera sufrir todas las humillaciones, todas las torturas, el ostracismo absoluto y hasta la muerte, para impedir la violencia”, aseguró Mahatma Gandhi. Y esta cita tiene mucho que ver con lo que ha ido sucediendo a lo largo de este cálido mes, no tanto por el espléndido carisma humanista de Gandhi, que denota sacrificio a raudales por y para sus semejantes, sino más bien porque cuando una mujer es agredida por parte de su pareja, todos estamos siendo atentados, toda la sociedad se ve magullada y apesadumbrada ante estos sucesos brutales y despóticos.

La tolerancia cero es la primera medida ante este tipo de situaciones, pasando por la rápida denuncia del caso y la educación en las escuelas y en el hogar. En un día normal de nuestras vidas no podemos -ni debemos- consentir la vejación hacia el género femenino, hacia nuestras madres, hermanas, hijas… El hacer lo contrario supondría ser, incluso, secuaz de una sociedad a la que aún le queda mucho para lograr la igualdad de sexos y el reconocimiento de la mujer dentro y fuera de su domicilio.

Hasta que esto no suceda, no conseguiremos disfrutar plenamente de los días corrientes.

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