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Emprendedoras emocionales

CUÁNTAS veces hemos oído eso de que es imposible que las mujeres nos llevemos bien. Que si hay envidia desmesurada entre nosotras, competencia desleal, celos enfermizos. Son leyendas que la misma realidad acaba demostrando que no se puede generalizar y que algunas famas no se corresponden con lo que de verdad ocurre.

Si he de ser sincera, la envidia es algo que no he practicado mucho. No porque no tuviera motivos a lo largo de mi vida, que los ha habido y hay (más de los que podéis imaginar), sino porque intento evitar todo aquello que me resulte tóxico, que me reste energía y me lleve a un estado de insatisfacción permanente. Supongo que es algo que se acaba sabiendo gestionar con la edad, lo mismo que asumirse. Y eso sí que cuesta.

La base para llevarse bien, a mi juicio en todos los estamentos de las relaciones sociales y personales, es alimentar la admiración y abanderar el respeto. Eso implica también tolerancia y saber convivir con quienes no piensan, viven o se comportan como tú. Es algo que viene dado por la educación, pero también un aprendizaje vital si quieres rentabilizar con éxito tu convivencia social.
Imagen para el blog de Amalia Enríquez
Hace unos meses, un grupo de mujeres de diferentes profesiones nos embarcamos en la aventura de demostrar que, uniendo fuerzas y sumando experiencias, podríamos conseguir un buen equipo en el que compartir sin tensiones, ambiciones mal entendidas, vanidades ridículas y protagonismos innecesarios. Todo tuvo su tiempo de engranaje pero, haberlo conseguido, es uno de los regalos de un año que avanza rápido hacia un nuevo número.

Somos siete emprendedoras emocionales sin límite. Dos empresarias de diferentes ámbitos "moda y decoración", una notario y cuatro periodistas de especialidades muy distintas (deporte, política, lujo y la que suscribe, que ya sabeis de qué voy). Todas, en torno a una mesa redonda en el Hotel Palace de Madrid, charlamos sin grabadoras ni preguntas tabú, con un personaje que nos tenga algo que contar porque, el enriquecimiento personal, también reposa en saber escuchar.

Cuando les he preguntado a ellas qué pensaban de esta aventura en la que nos hemos embarcado, todas han coincidido en que, para empezar, somos buena gente y que, entre las siete, podríamos ser la mujer perfecta pero que, de momento, nos conformamos con completar las carencias de unas con las virtudes de las otras. Somos trabajadoras, madres, independientes, soñadoras, emotivas, nos hemos convertido en amigas, dicharacheras, tímidas a la vez que abiertas, impulsivas e imperfectas, que es lo que nos permite mejorar. También somos generosas, curiosas, diferentes y apasionadas.

En nuestros encuentros utilizamos todo eso para sacar lo mejor de nuestro invitado. No debemos estar haciéndolo mal cuando ya alguno ha pedido repetir y otros no dejan de preguntar “qué nos traemos entre manos”. Después del primer “impacto”, la conversación se relaja y convertimos esos momentos en un aprendizaje adictivo. Hemos comprobado que remamos en la misma dirección y que lo que nos importa es sumar en sintonía y sin perder la admiración.

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