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Enseñar el cuerpo

EL DÍA que murió Yves Saint Laurent no pude menos que recordar cuando le conocía en Marrakech. Fue en el transcurso de una fiesta que dio el anticuario Adolfo de Velasco, íntimo amigo de Carmen Ordóñez , con quien pasaba yo unos días de vacaciones.

Los dos eran vecinos, vivían uno frente al otro en La Palmeraie, un lugar privilegiado a las afueras de la ciudad. La casa de Adolfo era la digna de un anticuario. Exquisita en gusto y rica en obras de arte. La de Yves, más grande y protegida de la curiosidad pública, era de color añil y estaba rodeada de nenúfares. Una auténtica preciosidad que, desde hace unos años, se puede visitar en parte y se ha convertido en lugar de culto para los visitantes. Fue una noche de esas para el recuerdo. Divertida, elegante y mágica, en la que ningún detalle quedó al azar. No éramos muchos invitados, por lo que pudimos conversar entre todos con fluidez. Al tener tan en la distancia corta al diseñador, pude entender la exclusividad y elegancia de sus diseños.

Su tono era calmado, sin ningún atisbo de estridencia. Movía los brazos como si estuviera dando pinceladas en el cuaderno donde dibujaba sus creaciones. Nada, ni el más mínimo gesto, te hacía pensar que te encontrabas ante uno de los grandes de la moda de todos los tiempos.

Esta semana pude comprobar, en una iniciativa especial y diferente, todo lo que ha significado en la historia de la moda y el gran legado que ha dejado. El equipo de #YSL BeautySpain me invitó, a través de la eficiente y entrañable Olga Bru, a pasar una tarde en el #YSLBeautyHotel. Un lugar mágico, creado para sorprender , en el que muestran el pasado, el presente y el futuro de esa marca de moda icónica que, con el paso de los años, amplió su creatividad al mundo de la belleza, siendo decisiva e influyente también en ese terreno.

La idea para concebir esta iniciativa del #YSLBeautyHotel surgió al recordar un suceso que marcó la vida del diseñador y que le une a ese Marrakech en el que le conocí. Muchas son las buenas historias que comienzan en un hotel. Y algo determinante fue lo que convirtió esa ciudad en parte de su inspiración.

En 1966, Saint Laurent y su pareja decidieron huir del frío y lluvioso París y buscar el sol de Marrakech. Se alojaron en La Mamounia y apenas pudieron salir del hotel porque no paró de llover. El último día apareció el sol y un cielo azul luminoso. En ese momento, el modisto decidió que Marrakech, junto con París, sería el lugar de su inspiración y donde pasaría gran parte de su vida.

Nunca dejó de homenajear a la mujer. Para ella creó algo tan masculino como el smoking , dotándolo de una feminidad nunca igualada por nadie con un atuendo de hombre. Era un defensor a ultranza de la fisonomía femenina y, muy lejos de vulgarizarla, consiguió que algo tan delicado como enseñar el cuerpo se convirtiera en arte.

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