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¿Hasta cuándo este desprecio?

El otro día me dejé el móvil en casa. No fue algo de manera intencionada, sino por puro despiste u olvido, porque me paso la vida a la carrera. Me di cuenta al llegar al garaje para coger el coche y comprobar que no se conectaba el bluetooth. Después de ese primer instante de pánico, en el que entramos todos los que tenemos cierta dependencia o necesidad de ese aparato, decidí no subir a casa a recuperarlo y dedicarme un día a recordar cómo era mi vida cuando no tenía ni móvil, ni tablet, ni nada que me conectara con el mundo 2.0.

No era un drama cuando no teníamos lo que hoy tanto nos ayuda. Nos íbamos a trabajar y, si había una urgencia, nos llamaban al fijo que teníamos en la empresa y, si nada alteraba nuestra tranquilidad de ese día, esperábamos a llegar a casa para escuchar los mensajes del contestador, quien lo tenía, o aguardábamos a que nos volviera a llamar quien había estado tratando de localizarnos sin éxito todo el día. Vivíamos en un estado de tranquilidad y sorpresa del que ya nos hemos olvidado hace tiempo.

Mi día sin móvil fue una liberación. Ninguna llamada interrumpió la música en mis trayectos en coche, ni el almuerzo con un amigo y ¡mucho menos! vibró durante el pase privado de una película. Sin quererlo, recuperé la tranquilidad olvidada que se tornó casi desquiciante al volver a la normalidad, llegar a casa, ver las numerosas llamadas perdidas y los mensajes de WhatsApp, preguntando si me pasaba algo porque no me localizaban y no respondía a nada ni nadie, algo impropio en mí.

La gran noticia, de la que no me había hecho eco en toda la jornada y que suponía ese drama de no localizarme, era un vídeo de Youtube, que se había convertido en viral. Una empresa había destapado ¡por fin! la gran mentira que se esconde detrás de los influencers, it girls y personajes con cientos o miles de seguidores comprados. Bien es cierto que no es una práctica que hagan todos los que "triunfan" en las redes sociales, pero sí la inmensa mayoría.

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Lo peor de todo no es que gasten su dinero en comprar followers falsos, que ya es bien triste, sino que las grandes firmas han caído en su trampa, no investigan -o no les interesa hacerlo- la realidad de esas cifras y caen rendidas ante esa falsedad. Esas cifras desorbitantes de los que se dejan llamar -y se lo creen- prescriptores son directamente proporcionales al desprecio y la indiferencia de las mencionadas firmas con respecto a los profesionales de toda la vida, que tienen seguidores reales, pero en menor cuantía.

Toda la vida nos han hecho creer que la veteranía era un grado y que el CV suponía el mejor aval que podíamos tener para nuestro reconocimiento profesional. La forma de hacer información ha cambiado con las nuevas tecnologías y, con ellas, la credibilidad de quienes trabajan con honradez y sin mentiras. Dicen que todo pasa, pero ¿hasta cuándo este desprecio?

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