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Herida abierta

Gabriel Cruz. TWITTER
photo_camera Gabriel Cruz. TWITTER

NO PENSABA escribir sobre el pequeño Gabriel porque, cuando sufro mucho con algo, me cuesta verbalizarlo. Sin embargo, las experiencias dolorosas vividas a lo largo de mi vida me han enseñado que, a veces, es necesario "vomitar" lo que te provoca la ansiedad, la pena, el desgarro emocional y esa sensación de ahogo, que provoca el no saber gestionar de manera acertada los sentimientos.

No sé si seré capaz de escribir sin llorar. No he dejado de hacerlo desde el día del desenlace, no por indeseado, menos esperado. Cuando llevas tantos años viendo cine, viviendo la realidad que nos ha tocado transitar y que, por desgracia, nos hace vivir casos similares a este, no es fácil adivinar por dónde puede ir el desencadenante de un final. Doloroso, demoledor, que te paraliza y te deja sin capacidad de reacción.

No hace falta tener hijos para poder situarte en el sitio del otro, el de esos padres ejemplares que invitan a la calma, a la tranquilidad, a la paz de una sociedad soliviantada por la crudeza y frialdad del suceso. Y lo hacen desde el ventanal de un dolor desgarrador que, hasta el último día de duelo, les ha tenido aletargados gracias a las muestras de un cariño ciudadano espontáneo y sincero.

Ahora, empieza la dura travesía. La de la ausencia, la de una habitación que habrá que desmontar para sobrevivir al dolor, la de la ropa que todavía conserva su olor, la de los juegos que le hacían feliz, la de los sueños que ya no podrá cumplir. Es, en este momento, cuando esos padres necesitan de ese afecto y serenidad que ellos proyectaron durante los doce últimos días de esta pesadilla

¡Qué ejemplo de padres! Unidos en la adversidad, sin fisuras, con una complicidad y cariño más que evidente. Por mucho que lo intentemos, nunca seremos capaces de imaginar el dolor paralizante que debían sentir por dentro , siendo conocedores de todos los movimientos de la investigación y sabiendo que, quien 'presuntamente' les arrebató lo que más querían, estaba a escasos centímetros de ellos en todo momento.

Doble dolor para ese padre que dormía con su enemiga. Cuántas veces estos días, en su fuero interno, habrá sentido la daga de la culpa por haberla acercado a sus vidas. ¡Qué repulsión no sentiría por ella! Y, sin embargo, con la esperanza activa de encontrar a su hijo con vida, soportó sus abrazos, sus caricias y sus besos como si fuera su mayor apoyo.

Nunca salieron de sus bocas palabras de desprecio hacia ese ser desalmado. Ni un solo gesto indicaba que lo sabían todo. Hasta el último día, ya con su hijo camino del cementerio, no escuchamos una alusión a "esa bruja que ya no existe. Sacadla de vuestras cabezas. La bruja ya está donde tiene que estar. Nuestro niño ha ganado". Desgarrados de dolor, pero con fuerza para una nueva sonrisa, Patricia y Ángel se enfrentan ahora a una herida abierta . Ojalá la vida les ayude a cicatrizarla... Y sí, no he sido capaz de escribir sin llorar.

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