Opinión

La vida más allá

El presidente del PP de Guipúzcoa, Borja Sémper. EFE
photo_camera El presidente del PP de Guipúzcoa, Borja Sémper. EFE

LO HE CONFESADO muchas veces. Nunca pido a mis amigos que piensen como yo, que voten a quien yo lo hago, que practiquen la misma religión y, por supuesto, que tengan mi misma condición sexual. Me gusta la diversidad, me enriquece la divergencia y practico el respeto, que me parece imprescindible para la buena convivencia.

Por mucho que lo he intentado estos días, no recuerdo el primer cruce de miradas con Borja Sémper. No sé si nos separaban más cosas que las que nos unen ahora, pero sí recuerdo que le admiré por sus poesías antes de conocerle y, cuando se cruzaron nuestros caminos y nos hicimos amigos, ya caí rendida ante una personalidad diferente y una vida digna de un guion de cine.

Siempre me atrajo de él que no era un político al uso. Nunca se "mordió la lengua" para expresar lo que pensaba y sentía, aunque eso le supusiera poner en jaque a su propio partido, sacarle los colores y demostrar que no le perdía la pasión. Cuando algo estuvo mal, lo dijo y, no por ello, dejó de creer en unas siglas que le han hecho vivir mucho y conocer con intensidad el lado oscuro de defender unas ideas frente a los que no practican el respeto y no las aceptan.

Borja Sémper se va de la política. Con su marcha perdemos a un hombre sensato, directo, moderno, atractivo, deportista y ¡poeta! En definitiva, un auténtico verso suelto, libre y esperanzador en esa profesión en la que acaba de pasar página. A partir de ahora, le espera un cambio de ciudad, una nueva aventura profesional en la empresa privada y, sobre todo, el refugio en esa familia que ha sido su guía "en lo bueno y en lo malo, en la salud y la enfermedad".

Siempre le dije que podría haber sido un excelente ministro de Cultura porque le apasiona el arte, la lectura, la música y entiende de cine más que muchos que escriben sobre él. No se pierde una película de Ricardo Darín y a Woody Allen le perdona hasta las películas menos afortunadas.

"Mi padre es un cinéfilo desaforado y, cuanto tuve edad, me llevaba al cine" me contó un día. "Íbamos desde Irún, donde yo nací, a San Sebastián a ver las películas. Hacíamos un plan completo, que era tomarnos algo en la parte vieja y luego a la sesión de cine. Recuerdo que la primera fue La guerra de papá y Superman. Tuve una infancia en la que el cine estuvo muy presente porque mi padre se preocupó de ello. Tiene en casa una cineteca maravillosa".

Nunca imaginó que esa pasión cinéfila le pondría en el camino a Bárbara Goenaga, su compañera de vida. "Es la mejor actriz", me dijo con total naturalidad entre risas en nuestra primera entrevista. "Tiene una cosa que enamora y es la naturalidad y la sencillez. Es una mujer muy capaz de tener los pies en la tierra. Nunca la he visto responder al estereotipo de actriz vanidosa. Y eso ayuda mucho". Es ahora, con ella y sus hijos, con quien le espera una segunda oportunidad de vida porque, aunque ahora no lo crea, la hay más allá.

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