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La mágica sensación de volver

Snow Cakes
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NO ESTOY nada de acuerdo con los que dicen que uno es de donde pace, no de donde nace. Llevo muchos años viviendo en Madrid y, aunque me siento agradecida a esa ciudad por todo lo que me ha dado y me ha hecho sentir, nunca competirá, porque no podrá, con la fuerza de mis raíces.

La vida, cuando te aleja de tus orígenes por razones diversas, pone a prueba la nostalgia del pasado, tu dependencia emocional de todo aquello que sembró en ti gran parte de lo que eres, o al menos asentó las bases para un crecimiento en armonía y madurez.

Como es de suponer, nunca he necesitado inventarme disculpas para volver a casa. Es verdad que, por circunstancias profesionales, no he podido estar en algunas celebraciones puntuales, pero también es cierto que enseguida saldaba la deuda con una visita inesperada o estancias más largas en mis escapadas.

Cada vez que regreso a mi tierra, tengo la sensación de revivir. "Los cambios de aires siempre vienen bien", te suelen decir. Pero lo que experimento al volver es algo más emocional que la simple permuta estética. Es obvio reconocer también que el paisaje, el olor a tierra mojada, a hierba fresca y a mar cercano es un revulsivo al que no soy inmune.

Siempre que puedo, prefiero hacer el viaje en coche. Me gusta disfrutar del cambio estético de los colores y la estimulación de los olores cuando entras en Galicia. Tal vez, los que no son de esta tierra, no alcanzan a entender en su dimensión correcta lo que expreso, pero la transición de los ocres castellanos al verde gallego es un latigazo visual evidente y altamente estimulante.

Tengo que reconocer que este año venía con cierta cautela y expectante tristeza. Los demoledores incendios, que sufrimos hace dos meses, han dejado un reguero de desolación estética, que nos cuesta mucho asimilar a los que amamos los bosques, prados y colinas de esta tierra. Me habían advertido de que no era la misma que dejé en el verano. Y eso me hacía pensar que me encontraría con un paisaje de luto. Lo percibes en algunas zonas, pero la fortaleza de nuestra naturaleza ha vencido los malos augurios.

Superado ese primer escollo emocional, el siguiente peldaño solo sería portador de buenos momentos, de secuencias especiales que nunca renuncio a vivir. La celebración de la Navidad comienza en mi casa el 21 de diciembre, día que eligieron mis padres para casarse, en un frío día de invierno ferrolano de hace 60 años. En estas seis décadas, han tenido un matrimonio basado en mucho amor, respeto y honestidad.

El tiempo, por desgracia, ya juega en contra porque caminan, por ley de vida, a ese momento que nos sumirá, a los que quedamos, en el más absoluto desamparo. Ellos son mis raíces, mis principios, los que han marcado mi camino y orientado mi actitud ante la vida. Son, mientras estén, los que me generan la mágica sensación de volver.

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