Opinión

El fin del Camino

LOS SANTIAGUESES estamos acostumbrados a pasar por el Obradoiro sin levantar la vista siquiera, como si la catedral fuese un edificio más. Para los peregrinos es la llegada a la meta, el destino que compensa el dolor de pies, las mojaduras y el cansancio de la ruta. Basta con observar a los caminantes para darse cuenta de lo que sienten al atravesar la bajada de San Martiño Pinario e introducirse por los arcos, siempre al son de la gaita, que conducen a tan emblemática plaza. Algunos afrontan esos últimos pasos sin querer mirar hacia arriba hasta llegar al centro de la explanada. A otros sus ojos se les inundan de lágrimas desde Cervantes. Y una, por muy santiaguesa que sea y muy acostumbrada que esté a la sombra del peregrino, piensa: "Tanto turismo internacional y muchos de nosotros nunca fuimos capaces de sentir la alegría de dar la última zancada en nuestra propia ciudad".

Comentarios