Opinión

Marín, la tienda de Juvencio

RECUERDO LA existencia en la rúa do Sol de una tienda de comestibles de principios del siglo pasado donde se podían adquirir desde legumbres a granel o especias hasta jabón en barra para la ropa. Era uno de aquellos establecimientos de la época con su mostrador de madera, su surtidor de aceite a granel y su báscula ‘'mobba'’, donde se vendía ‘a fiado’ y se echaban las cuentas con los dedos de la mano. Era uno de esos negocios de los que si ahora existieran sería como un museo en los que aprender cómo era el comercio antes.

Hablo de la tienda de Juvencio (nombre que pronunciábamos con el seseo característico de Marín) sucesor de D. Leocadio, antiguo propietario de la misma. '‘Juvensio'’, serio, soltero, afable y cortés, atendía pacientemente con su bata gris, clásica vestimenta del tendero, a una variada clientela, la mayoría gentes de débil economía, a las que muchas veces, para calmar los fríos invernales, les ofrecía una taza de caldo con arroz y unto por la que tan solo les cobraba -'‘una chica'’- cinco céntimos. El carácter de ‘'Juvensio’' y la cantidad de personas que por aquel establecimiento pasaban originaban situaciones anecdóticas que servían de comentario en muchos ‘corrillos’ del pueblo, curiosos acontecimientos que se fueron trasmitiendo de generación en generación. Alguien me dejó hace años unos apuntes con una de aquellas anécdotas que hoy traigo al recuerdo.

Hete aquí que un buen día compareció en la tienda una ‘'hermosa gitana, busto perfecto, ojos como dos luceros destellantes. -de la que ‘'Juvensio'’ quedó prendado a primera vista- y sobre su cabeza una gran cesta de mimbre portando un '‘churumbel'’ cuyo peso soportaba la visitante con tiento mientras daba charla al amable dependiente ofertándole alguna que otra baratija o proponiéndole adivinar su porvenir leyendo sobre la palma de la mano'.”

Mientras la gitana le echaba la '‘buenaventura'’ 'Juvensio' no apartaba la mirada de sus ojos sin percatarse de que del interior del cesto salía una mano que alcanzaba alguno de aquellos productos: jamones, chorizos, lacones, etc. que colgaban de una barra expositora que pendía del techo. Una vez que la gitana se daba cuenta de que su ‘'churumbel'’ había cumplido con su misión ésta se despedía abandonado el local. Mientras tanto ‘'Juvensio'’ dirigiendo su mirada hacia ‘el cielo’ soñaba con el porvenir que le había vaticinado la '‘buena gitana'’ y en este soñar observó sorpresivamente la falta de algunos de los salchichones que colgaban sobre el mostrador. Desde entonces ‘'Juvensio'’ cada vez que las gitanas acudían a su tienda se cuidaba de que estás dispusieran las cestas con los ‘'churumbeles'’ en el suelo y fuera del alcance de tan apetecibles productos.

La tienda de Juvencio me trae a la memoria la existencia de otros establecimientos de alimentación también históricos y que hoy son recuerdo. Ubicados en la misma calle estaban: Perán, frutería Pilar, ultramarinos Garrido, la de Amelia, La Campana y Taymar.

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