Opinión

8-M: todos de acuerdo

DESTACAN LOS medios de comunicación que el 8-M batió todos los récords de adhesión a la causa feminista. Lógico. Nadie iba a discutir una causa planteada entre buenos y malos. Pero algunos nos tememos que la hipocresía y el miedo han serpenteado bajo los resortes de la primera huelga feminista de la historia. Solo así puede entenderse semejante caso de unanimidad en una jornada de reafirmación feminista.

Cuesta entender que tanta pluralidad y tan diferentes posiciones en las escalas de poder se acaben amontonando a favor de la igualdad hombre-mujer. O que se monte una huelga —alcance mundial, convocatorias en 170 países—, por una causa en la que todos estamos de acuerdo. Entonces, ¿contra quién va la huelga? Muy difuso el enemigo común de millones y millones de mujeres y de hombres movilizados el jueves pasado.

Nos pusimos al lado de los buenos. Pero las reivindicaciones más apremiantes se perdieron entre proclamas genéricas y fogonazos ideológicos. Echamos en falta enunciados contantes y sonantes, junto a llamamientos a lograrlos picando piedra, haciendo lobby, sindicación organizada en grupos activos y transversales, en las instituciones, la empresa, la universidad, las asociaciones de padres, la comunidad de vecinos. El tajo es inacabable; conciliación, reparto de tareas, porcentajes mínimos en consejos de administración, listas electorales, gobiernos, profesorado, reales academias, qué se yo.

Véase como el ruido del 8-M eclipsó totalmente el hecho de que el día anterior los socialistas registrase en el Congreso una proposición de ley sobre igualdad de trato y oportunidades en la esfera laboral. "Eso es ir de la teoría a la práctica", me comenta la secretaria de Igualdad del PSOE, Carmen Calvo.

Lo digo a modo de ejemplo. Pensando en una reivindicación clásica del feminismo. La referida a las cargas familiares como freno a la escalada profesional de la mujer. Lo cual da lugar a la aberración de que una mujer con más talento y más méritos sea retribuida con un sueldo menor que el del hombre. De ahí la necesidad de la conciliación en el hogar y el reparto de tareas familiares. No hay otra.

Las leyes regulatorias que se pueden poner en marcha tampoco van a servir para cambiar la mentalidad masculina de la noche a la mañana por los beneficiosos efectos de una movilización masiva como la del jueves pasado.

Tampoco va a cambiar de un día para otro el machismo cultural que nos empapa. A unos más que a otros, claro. No me imagino al ex presidente Zapatero diciendo públicamente, ni en broma, que azotaría a no se qué mujer "hasta hacerla sangrar".

Pero tampoco me imagino que, por participar en la manifestación y en la huelga, una mujer deje a sus hijos al cuidado de un marido incapaz y poco dispuesto para la tarea.

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