Opinión

Iceta y Borrel hacen olas

ANDABAN encantados en Moncloa con el duelo de machos entre Abascal y Aznar, el antiabortismo de Suárez Illana y los pellizcos de monja que se intercambiaban Pablo Casado y Carlos Alberto Rivera a raíz de los ritos de apareamiento del segundo con el primero. Y fue entonces cuando la consigna de perfil bajo en campo propio se quebró repentinamente. Sánchez, Redondo y Ábalos lo tenían muy hablado. Con todo a favor, no hagamos olas. Pero apareció Iceta y la redonda humanidad de un gran pícnico se tiró a la piscina haciendo la bomba. Con un 65% de catalanes a favor de la independencia, la democracia tendría que encauzar esa reclamación. Aunque lo dijo en el País Vasco las salpicaduras llegaron a todos los rincones de una España confiscada por la tensión electoral. Lo de Iceta es un golpe bajo al articulo 2 de la Constitución, sobre el principio de soberanía nacional única e indivisible ¿Sugiere que la voluntad mayoritaria de una parte debe atropellar la voluntad mayoritaria del todo? Es como suprimir la titularidad del pueblo español, fuente de legitimidad de todos los poderes, si al menos el 65% de la población de una de sus diecisiete comunidades autónomas reclama la desconexión.

También es un golpe bajo a la estrategia electoral de Moncloa, que no quiere debates sobre la cuestión catalana para no alimentar el discurso de la derecha, que en gran parte vive de caracterizar a Pedro Sánchez como un vendepatrias dispuesto a pasar por el aro de los independentistas a cambio de atornillarse al poder. A ver como se las arregla ahora el presidente para acreditar que iba en serio al declarar hace unos días que "un Gobierno socialista jamás reconocerá la autodeterminación de Cataluña".

La segunda en la frente. Ahí entra el ministro de Asuntos Exteriores. Le embistió con la mirada Tim Sebastian, el talludito follonero británico de la Deutsche Welle (programa internacional) y Borrell entró como un mihura. El sectarismo del periodista y la soberbia intelectual del ministro hicieron el resto. Leña al fuego de la hoguera electoral y alborozo sin cuento en TV3 y el resto de los medios de comunicación alineados con la causa del independentismo. El ministro irascible no le ha hecho ningún favor a su jefe. El asunto, que ha tenido muy poca o nula repercusión en Alemania, se ha convertido en un estimulante del tramposo discurso del independentismo.

Simplemente por la escasa capacidad de encaje de Borrell, al que le falta paciencia y le sobra arrogancia en la gestión de sus ataques de contrariedad.

Claro que el entrevistador venía encajado en los marcos mentales de la propaganda soberanista. Se suponía que el ministro era un torero curtido en toda clase de plazas. Pero acaba de sufrir un humillante revolcón. Humillante e innecesario.

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