Opinión

Los separatismos en España

QUE LAS NACIONES sean de construcción histórica, o realidades naturales (ahistóricas) no invalida para nada el pensamiento de Don José Ortega y Gasset, cuando afirma que la ruptura de la unidad nacional se produce cuando se pierde la conciencia de que se está sirviendo a una empresa histórica común; entonces a la empresa nacional sustituye el particularismo. Así ocurrió la primera vez que una región española se enfrentó con el resto de España, de 1640 hasta 1659 reinando Felipe IV.

Fueron aquellos años de mala fortuna para nuestro país: Portugal inició sus sublevaciones secesionistas; Francia avanzaba victoriosa en Cataluña, Nápoles y Sicilia se sublevan, se pierden los Países Bajos y Portugal…. Pero de todas esas desgracias, acaso fue la mayor la de la separación y guerra de Cataluña. El Corpus de Sangre de 1640 fue la primera ocasión en que España vio amenazada su unidad fundamental, y, Felipe IV decidió que una represión militar, una verdadera guerra contra la región catalana, sería el mejor remedio.

Aquella sería la primera vez; pero desgraciadamente no sería la última que se atentara contra la unidad nacional, pero todas las amenazas separatistas han quedado sujetas a que la realidad común de los hombres encargados de mantener la unión vacilen, se queden atrás y se entreguen a disputas intestinas o al mero disfrute de unas rentas que no les pertenecen. Entonces los bienes que componen la fortaleza de la nación se van consumiendo, poco a poco, hasta acabar en bancarrota, y eso es acaso la mayor amenaza: sorda porque apenas se siente venir, porque los hombres, cuando la moral afloja, aman la corrupción en que viven y se resisten a tomar conciencia de su estado hasta que la realidad misma les sepulta en su propia descomposición.

La cosa comienza, como escribía Quevedo, cuando los hombres de España empiezan a contentarse “con heredar de sus padres virtud, sin procurar tenerla para que la hereden sus hijos”. Para entonces es necesario que alguien, en medio de la descomposición, se adelante a decir palabras de verdad, que, aunque sean amargas y críticas, puedan servir de aviso para hallar algún remedio saludable. Y ésa, que es una de las más egregias funciones del intelectual, es también una de las más difíciles formas de patriotismo, según la expresión del P. Feijoo: la de hacer de conciencia social que se confiesa en voz alta, para que quien pueda entender entienda y quien pueda actuar obre en consecuencia. De no tomar conciencia de su propia realidad le vinieron a España largos males, enlazados todos en un largo proceso de decadencia al que sí se puso algún transitorio remedio.

Baltasar Gracián en El Criticón subraya: “La soberbia como primera en todo lo malo, cogió la delantera. Topó con España. Allí vive y allí reina con todos sus aliados: la estimación propia, el desprecio ajeno, el querer mandarlo todo y servir a nadie, el lucir, el campear, el alabarse, el hablar mucho, alto y hueco, el brío con todo género de presunción; y todo esto desde el noble hasta el más plebeyo.”

El problema político de la Cataluña actual sigue siendo el mismo de siempre. Parafraseando a los cortesanos de la época de Fernando VII refiriéndose a los cambios de gobierno, en definitiva se trata de “ los mismos perros con distinto collar”.

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