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Guerra civil sanchista en Galicia

Los tres precandidatos a dirigir el en realidad inexistente PSdeG pertenecen al sector de Pedro, con ventaja para el menos conocido, Villoslada, lanzado por el barón coruñés Formoso

EL PSdeG NO existe, desde hace tiempo. El señor de la chimenea, Valentín González Formoso, lo sabe muy bien. Él, barón coruñés en su condición de presidente de la Diputación además de alcalde de As Pontes, ocupa uno de los cacicatos que, a partir de la creación de las cuatro direcciones provinciales, vaciaron la ya por tradición débil estructura gallega. Aunque seguro que lo negaría en público, Formoso acaba de confirmar que comparte el diagnóstico de la desaparición efectiva del PSOE galaico. Después de emitir todas las fumatas negras que ha podido desde la chimenea pontesa para autodescartarse de la carrera para convertirse en secretario general del PSdeG, el viernes lanzó su plan alternativo que consiste en intentar colocar a una persona de su confianza, el diputado Juan Díaz Villoslada. Así, la de la compostelana Rúa do Pino dejaría de ser la silla mayor del PSdeG como ocurría desde el touriñismo, para ser el asiento de un delegado, como pasó provisionalmente en los últimos tiempos, con Pilar Cancela al frente de la gestora.

La operación Villoslada, que podría contar con el aval en la sombra de Gómez Besteiro e incluso del propio Pedro Sánchez, tiene desde el punto de vista de Formoso un triple objetivo. En primer lugar le permitiría escurrir el bulto cuando le tocaba a él, pues, desde que en 2008 se aprobó la estructura provincial, se han ido turnando como líderes del PSdeG los barones territoriales. Empezó el de Ourense, Pachi Vázquez. Le siguió el de Lugo, Gómez Besteiro. Lo intentó varias veces a través de personas interpuestas el de Pontevedra, Abel Caballero, lastrado por su localismo antigallego. Y después llegó la vez de Formoso, que ya delegó en Leiceaga en 2016, cuando, junto al entonces ya dimitido Besteiro, le hizo ganar las primarias de las autonómicas.

Ahora, con un mal resultado electoral a cuestas, Leiceaga parece ya no valerles a Formoso y Besteiro, que critican su histórica dependencia del exdiputado Lage Tuñas y lo que consideran una oposición débil o incluso complaciente ante el implacable Feijóo, aunque ellos tampoco destacasen por ponerle en aprietos. A los barones del PSdeG les vale mucho menos Gonzalo Caballero, el sobrino díscolo del caudillo vigués y el tercer precandidato en liza para las elecciones internas del PSdeG previstas para el otoño. De este modo, el segundo objetivo del plan Villoslada sería cerrar el paso tanto a Gonzalo Caballero como a Leiceaga.

El alto funcionario Villoslada es un recién llegado a la política institucional, con menos de un año de diputado, en el que ha mostrado cierta solvencia, sin destacar sobremanera en el decadente Parlamento gallego. Pero esa imagen de hombre nuevo, ajeno al canibalismo del PSdeG, le puede favorecer ante la militancia, si bien su fuerza principal reside en el apoyo de los poderes fácticos de lo que sería el sanchismo oficial gallego, el de Besteiro y Formoso, frente al sanchismo de base que trata de unir Gonzalo Caballero, quien, además de asustar a parte del partido, tiene en contra a todo lo que mueva su odiado tío. En medio Leiceaga intenta pescar lo que puede, presentándose como la opción solvente, también del sanchismo, aunque Lage Tuñas estuviese del lado de Susana Díaz, un sector que semeja hoy derrotado y desarmado en Galicia.

Hay una guerra civil sanchista gallega en la que Villoslada partiría con ventaja. El panorama podría cambiar si Leiceaga y Gonzalo Caballero deciden unirse, lo que tal vez reabriría el debate de si Formoso debería presentarse. Pero él apuesta por Villoslada, con la idea de ser el poder en la sombra, lo que constituye su tercer y más difícil objetivo, pues tras la victoria su candidato tendría la tentación de emanciparse, como hizo Pedro de Susana o Pachi de Blanco.

El PPdeG celebró el día de Galicia ante una estatua de la dictadura
El galleguismo que decía propugnar Fraga fue avalado en las urnas repetidamente por los gallegos. En 1970 era imposible que recibiese tal aval porque la dictadura de Franco, de la que él era un jerarca, negaba a sangre y fuego a Galicia el autogobierno que se había ganado en la II República. De 1970 es el busto de Vilalba ante el que el PPdeG celebró el día de Galicia el viernes. Un dislate.

Cuando los manioberos atrapan a los mirlos blancos
Aunque Xoaquín Fernández Leiceaga naciese en 1961 en Noia y Luís Villares Naveira lo hiciese en 1978 en Lugo sus trayectorias muestran bastantes características paralelas. Ambos comenzaron a militar en la universidad en la Unión do Povo Galego (UPG) y también en el BNG, para acabar en lo que según el ideario de la U son "forzas españolistas", como el PSdeG del primero y "las mareas de Podemos" del segundo, que diría Núñez Feijóo, si bien En Marea defiende el derecho a la autodeterminación de Galicia. Leiceaga y Villares son en la actualidad dos portavoces parlamentarios que no controlan sus respectivas organizaciones, aunque el lucense haya conseguido, contra viento y En Marea, hacerse con el liderazgo nominal de su partido e, incluso, aunque el de Noia lograse vencer en las elecciones internas de su partido de próximo otoño.

Hay otro elemento llamativo en sus trayectorias recientes que también comparten, por ejemplo, con el exministro Francisco Caamaño y que parece ser propia de los mirlos blancos que desembarcan en organizaciones que les son ajenas porque proceden de otras, como le ocurrió a Leiceaga al transitar del Bloque al PSdeG, o porque estaban fuera de la política, como les pasó a Villares y a Caamaño, que venían de la judicatura y de la universidad y el Tribunal Constitucional, respectivamente.

Los tres aparecían como dirigentes ajenos a los denostados manejos de los aparatos de los partidos, incluso también Leiceaga, pues pese a su prolongada militancia nacionalista siempre mantuvo la tradición beirista de situarse al margen de esas labores, para centrarse en las tareas ideológicas e institucionales. Sin embargo, los tres acabaron aliados con lo más maniobreros, como ocurrió con la extraña entente del galleguista Caamaño con el vazquista y centralista Fernández Moreda, un superviviente de la corte de sir Paco que hoy sigue viviendo de la política en la oficina de la Valedora do Pobo. Desde el principio Leiceaga tuvo como operador, que se diría en la jerga periodística argentina, a Lage Tuñas, el socialbaltarista de O Barbanza, exponente de las artes de los antiguos dirigentes de las organizaciones juveniles de los partidos, como las Xuventudes Socialistas.

Y para tener ese título de líder orgánico de En Marea, cuando le merecía mucho más la pena esforzarse por consolidarse en el Parlamento como jefe de la oposición a Feijóo y referente de la izquierda, Villares se ha puesto en manos de otros de los más clásicos tahúres de la política gallega, Mario López Rico y Luís Eyré ‘Palleiro’, que durante mucho tiempo afinaron el piano electoral de Beiras y ahora lo hacen con la gaita del juez gaiteiro Villares.

Esta captura de los mirlos blancos por los maniobreros se está convirtiendo en un fenómeno muy curioso, quizá producto de las dinámicas perversas de los partidos, quizá fruto de las ansias de quemar etapas a toda velocidad de los dirigentes debutantes. No parece que acabe bien. De momento Villares tuvo que afrontar esta semana una nueva tempestad en el grupo parlamentario, en el que está en franca minoría, con solo tres fieles sobre 14 diputados, David Rodríguez, Paula Verao y Pancho Casal, y sin lograr hacerse la fotografía de falsa unidad que buscó con Anova. Podemos y EU.

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