EN MAYO de 2005, cuando el Barcelona celebraba el título de Liga, al futbolista Samuel Eto’o se le fue la olla contra el Real Madrid –club en el que se había formado– y gritó a voces "Madrid, cabrón, saluda al campeón".
Horas después, el jugador camerunés reconoció su error y entonó un mea culpa. "En un momento de alegría, dijo, he escupido en un plato donde he comido, por eso pido disculpas a los socios del Madrid, a la entidad y a los que he podido faltar al respeto".
Me acordé del buen gesto del futbolista el viernes pasado cuando escuché la valoración del presidente del Gobierno y de los ministros de Seguridad Social y Hacienda al informe no vinculante emitido por el Banco Central Europeo, a petición del Congreso, en el que advierte que el gravamen temporal a la banca puede poner en riesgo la concesión de crédito, la estabilidad financiera y tener consecuencias negativas en la economía.
No entro ni en la exégesis del informe del BCE, ni en la conveniencia y encaje legal del nuevo impuesto a la banca; tampoco voy a recordar el coste del rescate a las Cajas en la anterior crisis financiera que muchos utilizan ahora para justificar este tributo. De aquel desastre son culpables las propias entidades y los consejos de administración en los que estaban las fuerzas políticas. Pero también tuvieron mucha responsabilidad los Gobernadores del Banco de España, señores Caruana y Fernández Ordoñez, que hicieron dejación de sus funciones de supervisión.
Lo que quiero resaltar en este comentario es la descalificación y el desprecio del presidente y de los ministros al dictamen del BCE con la arrogancia que emplean contra quienes discrepan de sus políticas. En lugar de una lectura sosegada y reflexiva, el presidente optó por un ataque burdo a De Guindos, Escrivá calificó el informe de corta y pega y la ministra de Hacienda en su línea de sotenella e non enmendalla. Una reacción visceral, impropia de un gobierno de la UE.
Tres apuntes finales. Uno: el informe del BCE fue aprobado por los 25 miembros del Consejo de Gobierno y tuvo el visto bueno de 30 altos cargos de países europeos. No es improvisado.
Dos: Es mala estrategia ningunear al BCE que suscribió más de 400.000 millones de deuda pública del Gobierno de España que ahora, parafraseando a Eto’o, muerde la mano de quien le ayuda a sostener la economía.
Y tres: esta arremetida contra el dictamen del supervisor causó estupor en Bruselas y seguro que deterioró la imagen del presidente. Está claro, es incompatible ser europeísta en Bruselas y podemita en España.