Opinión

Merichell Batet

Tengo escrito que doña Merichell Batet, es una separatista catalana de tomo y lomo, que estuvo de ministra con Sánchez y que, ahora, trata de pastorear el Congreso de los Diputados, convertido por la propia señora Batet, las huestes bolivarianas y los herederos de la ETA en un auténtico circo de despropósitos. Un circo, poblado de berzas y zotes, en donde se persigue la destrucción de la nación y el régimen constitucional que los españoles nos dimos por una amplísima mayoría. Una carpa en donde parte de los allí sentados cobran puntualmente una generosísima nomina a costa del pueblo español cuya soberanía pretenden violentar a diario. Doña Merichell, nomina por medio y tercera autoridad del Estado, trata de disimular su separatismo catalino, igual que su compañero Iceta, pero se le nota mucho. Ella lo intenta, pero no lo puede tapar ni esconder. Lleva en la sangre el sentimiento antiespañol allí sembrado en las escuelas y no lo puede remediar. Decía en su día la señora Batet sobre el muy aburridísimo asunto catalán que “imponer solo la Constitución a quienes la rechazan no es la solución”. Para la presidenta de Las Cortes que es, dicen, profesora de Derecho, la Constitución que en su día aprobamos la inmensa mayoría de los españoles no sirve. No vale para nada y hay que cargársela. Manifiesta que no le gusta a dos millones de catalanes, ella incluida, pero no dice que, en cambio, sí la respetan y sí la quieren los otro cinco millones que también viven allí. ¿Qué piensa hacer con estos últimos la señora separatista? ¿Una colonia, un ghetto o un campo de refugiados? ¿Por qué este socialismo de campanario cede una y otra vez ante el separatismo? ¿Qué pinta esta señora presidiendo el Congreso de los Diputados, en donde está representado el pueblo español, si no cree en España, aunque vive muy bien de ella? Igual que el incomparable Zapatero, doña Merichell tampoco tiene claro el concepto de nación. Un Zapatero que, como ella, no sabía lo que realmente presidia; no tenía claro el concepto de España, y se preguntaba todos los días por donde andaba y a quien dirigía. A la señora Batet le pasa igual. Debe de pensar que gobierna una tribu de las cavernas de nuestros prehistóricos orígenes, en vez de una comunidad de individuos civilizados, asentada en un territorio determinado, con lengua, historia y tradiciones comunes, cuyos habitantes viven organizadamente y sujetos a una Constitución, la de 1978, que se dieron asimismo por amplísima mayoría como su norma fundamental de convivencia en paz. Y esa Constitución, aunque la presidenta del Congreso lo ignore, dice claramente que se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles.

Ahora, Batet se ha lucido con la aprobación de la famosa “Reforma Laboral”, impidiendo que votara un diputado y cercenando de plano la voluntad de sus electores. Voluntad, que la presidenta del Congreso debe de garantizar a toda costa, en vez de salvaguardar los intereses del PSOE, como ya ha hecho en otras ocasiones. Mal asunto sobre el que la señora Batet debe de dar cumplidas explicaciones. Y justificar por qué no aplicó como sería su deber la reglamentación parlamentaria, interpretándola, en pura lógica, a favor del ejercicio del derecho de voto del diputado atontado que voto erróneamente, pero que, consciente de su error, se desplazó a la sede parlamentaria para corregirlo. Corrección que doña Merichell no consintió. Muy mal asunto. Faltó imparcialidad y sobró sectarismo

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