Opinión

Tristeza o rebeldía

No deberíamos perder nunca la sensibilidad y el gusto por la armonía entre todos, ansiando una menor desigualdad entre unos y otros

Es invierno y es fácil poder disfrutar del maravilloso sonido que producen las gotas de lluvia al caer para envolver las horas dulces de la tarde. Al tiempo y a esas horas uno percibe un clima social que invita a pensar que podríamos o deberíamos estar volviendo a los tiempos de abandono de las zonas de confort personal para instalarnos, aunque sea solo por un tiempo, en un estado de duda crítica y hasta de desafío. De audaces, y sin perder el aplomo, es ser rebeldes.

¿Quién puede ignorar que corren tiempos difíciles? Es fácil sentir cada día los pasos de gente sin nombre que sin reparos gritan su infelicidad. El dolor que producen los bolsillos vacíos puede hacer imposible el sentir la dicha de vivir. Cada vez hay menos espacio para la complacencia y la ambigüedad.

En la calle y en las plazas se escuchan con nitidez los sonidos tristes del viento cargado de incertidumbres y hasta de miedo y de desesperanza. Un mundo vacío de risas. Engañosas las repetidas imágenes que el sistema nos ofrece a través de las televisiones de ingentes grupos de personas celebrando fiestas, clamando jolgorio en medio de la pandemia. Son siempre los mismos y pocos.

Ante situaciones así a uno se le escurre entre las manos toda la carga de optimismo necesario para poder sobrevivir con alegría. A un paso de sentirnos cobardes o remordidos. Es sabido que la indiferencia alimenta el caos.

Uno no puede quedarse en el falso consuelo de solo ser o de querer ser un hombre pacífico; y ahí aparece la confusión, la desorientación y el pesar que produce el desfile casi diario de cadáveres felices de haber transitado y vencido definitivamente el dolor, de cadáveres aburridos por el cansancio de haber esperado un prometido remedio que nunca llegó. Al margen de lo transcendente, son vidas encerradas en un cajón de pino. Son estas unas reflexiones dolorosas y puede que hasta molestas. Brutal el estruendo de una realidad que tozuda está ahí para confirmar la veracidad de estas afirmaciones.

Tenemos difícil poder llegar a sentirnos encantados y a gusto en esta sociedad por momentos mal hecha.

En los días de invierno, mal iluminados por un sol muy perezoso, las voces discordantes quedan ahogadas por la inexorable rueda del tiempo que todo lo confunde y lo consume. Los avatares del clima, la oscuridad de los días y los datos de la pandemia hacen que hasta los pájaros se vayan a buscar otros azules.

Los silencios sin eco se apoderan del alma, reduciendo a veces la necesaria rebeldía a una inútil colección de ilusiones.

¿Y…?

No deberíamos perder nunca la sensibilidad y el gusto por la armonía entre todos, ansiando una menor desigualdad entre unos y otros. Esta sociedad tiene sed de humanidad. El hombre necesita del hombre. Urgen orgías de fraternidad. Rebeldes contra todo lo que huela a mezquino, sectario e insolidario.

¡Si esto no se arregla es porque no nos da la gana!

Comentarios