Opinión

Una ciudad pequeña

En las ciudades pequeñas, la familia, los amigos y los espacios de la infancia son suficiente para crear un lugar donde representar una vida

El otro día alguien me dijo por WhatsApp que lo que más le interesa es la gente. Se refería a personas que se va encontrando. Es una declaración sorprendente, a menudo no nos interesa nadie más que nuestro reducido grupo, ese que viene con nosotros desde siempre. En las ciudades pequeñas, la familia, los amigos y los espacios de la infancia son suficiente para crear un lugar donde representar una vida. No necesitamos grandes novedades. En general, la rutina y la repetición nos hace felices, al menos sentirnos cómodos. Llevamos mucho mejor la monotonía que la incertidumbre, la reincidencia que la sorpresa, lo conocido que lo ignoto y el puñado de personas con las que nos relacionamos desde antiguo son suficientes para apuntalar una existencia.

Pienso en ello mientras leo Intimidades, de Katie Kitamura. La narradora, una mujer que llega a Holanda a trabajar como intérprete en el Tribunal Penal Internacional, se dice a sí misma en algún momento que sus colegas de profesión suelen ser personas con poco arraigo, que, como ella, apenas tienen un lugar al que volver. Ni siquiera la patria es una infancia si te has mudado de país varias veces desde que eras una niña.

En la urbe holandesa, que vive de espaldas al mar y donde la protagonista se mueve entre los funcionarios europeos y los amantes del arte que acuden a inauguraciones en el Mauritshuis, conoce a un hombre con el que empieza a salir. Él, al contrario que ella, vive en una casa que perteneció a su familia por generaciones.

La Haya, que tiene medio millón de habitantes según la Wikipedia, funciona como una ciudad de provincias en la novela. Todos parecen saber algo de él y tienen ganas de decírselo a ella, que viene de fuera, como si conocerse de toda la vida otorgara algún tipo de derecho o de propiedad. Quizás sabéis de lo que hablo. Hay algo inquietante en conocer intimidades de alguien por terceras personas, sobre todo si esa persona te interesa, de la misma manera que es perturbador que alguien desvele aspectos de ti que no conoce más que por los rumores que cuelgan de los balcones.

Cuando se conocen un poco más y ella finalmente entra en su casa, se encuentra con los muebles, la decoración, los objetos que otra mujer eligió. Cada utensilio recuerda los hábitos, las costumbres, la vida corriente y anterior que sucedió allí. Una foto familiar luce en el salón presidiendo la vida que viene, esa que habrá de convertirse en una nueva sucesión de cotidianeidades.

La pregunta es si esa vida será posible.

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