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Dylan lo que Dylan

A veces es mejor desaparecer de escena. Diluirte en un halo de misterio y crearte una leyenda de eremita. Dylan. Inaccesible a todo, a todos. Tanto más Dios cuanto menos perceptible. De hecho, reconoces a Dios porque jamás te lo cruzaste por la calle. Omnipotente por inexistente. Omnisciente porque nunca lo vio nadie pisar una universidad. Es una ley inescrutable. Que especulen sobre ti. Que comenten. Cuanto menos visto, mejor. Si menos gastado, más preservado y valorado. Cuanto más ignorado, más admirado. O sea que repudia. Y desprecia. Concitarás admiraciones y halagos. Que te dan una medalla, rehúsala. Una condecoración, sugiérele que se la ponga en el pecho su tía abuela. El título de hijo adoptivo, muéstrate como un perfecto bastardo, ajeno a paisaje y paisanaje y argumenta -muy importante- que no quieres pertenecer a un club localista y retrógrado como el que reconoce tus méritos. Se harán lenguas sobre tu arrolladora personalidad. Si te dan el nacional de literatura, aséate el trasero con las novela del último premiado. Si el Planeta, manda a la familia Lara a hacer puñetas. ¿El Nadal? que le den por culo al Nadal, a los reyes magos y, ya de paso, al jurado también. Funcionará muy bien si lo que quieres es convertirte en leyenda. Una escueta nota de prensa, un comunicado correctamente mendaz en el que te niegas a recibir tal o cual distinción y te habrás convertido en Dios. No te preocupes. La incomparecencia no exige más que argüir una agenda cargada. La objeción de conciencia funciona también muy bien. Incluso la distensión del ligamento lateral interno del huevo izquierdo. Agrandará tu fábula de genio, tu aura de diferente, tu prestigio de ‘number one’. En lo que sea. Y eso aunque no valgas para nada más que para lo que una bosta espichada en un palo. Sabes por qué. Porque a esta sociedad, estúpida y degradada, le va la marcha. Le pone cachonda que la fustiguen, que la desprecien, que la humillen. Le enrolla la displicencia, la mala educación elevada al cubo. El "váyase a la mierda" del artista Fernán Gómez, que lo era pero que no supo envejecer y pagó su amargor humillando a un admirador, hasta el punto de convertirse, a ojos de los medios, en más genial tras esa cabronada incalificable. Porque esta sociedad, insisto, informativamente empachada y pese a ello desinformada e inculta, zafia a más no poder eleva a la categoría de artista lo mismo al mediocre que al cerdo pluscuamperfecto que hoza en su propia basura. Incluso más al cerdo. Un Ondas, por ejemplo, para uno de Telecinco que hurga en la escobilla del váter de famosillos y descerebrados de tres al cuarto que se injurian a voces en un reality o comentan en directo el tamaño de su polla. Y sabes que te digo, que les está bien empleado a los del Nobel. Por desinformados, por prepotentes y por soplapollas. Por ceder a la leyendas interesadamente autolabradas. Por pensar que los Princesa de Asturias son unos premiecillos de esos africanos que son los españoles, premiecillos hijos de un dios menor asturiano que habla bable y vive rodeado de vacas en su cielo. Una mierda de premios. Y entonces van y se lo dan al Dylan, un puto maleducado, confiando en que el prestigio sueco vencerá la excentricidad del genio. "Vais a ver como a nosotros nos lo recoge". Y claro, gatillazo al canto porque al genio se la sudan el Nobel, el jurado y el rey Carlos Gustavo. Darío Villanueva calificó a Dylan de "gran artista de la canción". Acto seguido adjetivó sus letras como "literariamente poco sofisticadas". Un templagaitas. Darío quería decir que hay cientos de escritores en el mundo -algunos en Pontevedra y seguramente varios en el Diario- mejores que Dylan. Porque lo de Dylan, Dylan lo que Dylan, no es literatura. Son letras de canciones, que es una cosa diferente. Algunas de ellas, por cierto, de una simpleza digna de un párvulo oligofrénico y deprimido. Que quieren premiar letras de canciones, denle el Nobel a trovadores comprometidos, a Aute, a Sabina o a Krahe. A Joan Baez. Pero claro. Se trataba de posturear para mostrar -y demostrar- la adaptación del Nobel a los nuevos tiempos, su capacidad para reinventarse y rejuvenecer. Y qué mejor que un tío con voz de oveja acatarrada que abarcó mucho y apretó poco pero que representa como nadie el márquetin yanqui ante el que hay que rendirse por cojones. Y ahora voy con el genio. Anoten: "/Si viajas a la feria del país del norte/ dale recuerdos de mi parte a una chica que vive allí/en otro tiempo ella fue mi verdadero amor/". Una canción de Dylan. Sí. Del genio. Lo sé. La traducción no ayuda. Pero es igual. Es una mierda.

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