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El desayuno de Torra

Gandhi protestaba con su huelga de hambre por la separación de la India y Pakistán

TORRA no es un presidente, Torra es el integrante de un piquete del metal cabreado y pasado de anfetas. Lo último es su ayuno, un gag del dúo Sacapuntas. Torra clava la punta de los CDR y los mandos de los Mossos la desclavan. Faemino y Cansado no lo harían mejor. Dicho sea con todos los respetos y en lenguaje metafórico, Torra tiene cara de papador rehabilitado, melancólico por el síndrome de abstinencia. O que fai a fame. Torra, a régimen, en el escaparate de Capri contemplando la tarta rusa. Candidato sublime al balón intragástrico. Bien mirado, Torra podría pasar incluso por un misacantano atormentado, por un presbítero debatido entre los placeres carnales y el inhumano celibato gastronómico. No es fácil decidirse entre unos buenos callos y la abstinencia. Yo pecaría. El celibato, para el presidente de la conferencia episcopal. El ayuno de Torra fue desayuno, porque el des-ayuno corta el ayuno largo de la noche. Un ayuno a beneficio de inventario, el suyo.

Un ayuno con decimales, abstinencia en la que solo la puntita de la inapetencia se introduce en la heroicidad del no comer. Para ayunante Gandhi, pero Torra está tan cerca de Gandhi como Otegui de Lázaro Carreter. Tiene narices que Torra ayune cuando se le ha muerto una coterránea, Antonia Cruells, la abuela de la fabada Litoral que protagonizo los anuncios de comida enlatada más celebrados de los noventa, y que era la última esperanza gastronómica del hecho diferencial, o sea, una catalana de Tabarnia haciendo de asturiana y comiendo fabes en vez de pan tumaca. El ayuno de Torra recuerda a la astucia del general Franco, un maniobrero al que, cuando sus asesores más cercanos le advertían de los estragos que las cartillas de racionamiento causaban, callaba pero organizaba rápidamente unos Festivales de España o, plan “B”, encargaba a la Sección Femenina una temporada de Coros y Danzas.

Ya que el pueblo hambreaba, al menos que se divirtiese. Nuestro presidente Feijóo, listo como un ajo, cuando le va Tellado con algún problema -Tellado tiene cara de relator de adversidades- le dice habla con el de la TVG, Tellado, que ese problema se soluciona con un programa de Larpeiros; pero mira, Presidente, que lo de los médicos que dimitieron en Vigo es grave; no te preocupes, Tellado, el capítulo del peixe sapo con cachelos, pimientos rellenos de arroz y guarnición de grelos gratinados con tetilla servirá para hacerlos entrar en razón. Feijóo confía en la TVG. Si Tellado insiste con más problemas, Feijóo le dice que lleve al Consello de la Xunta del jueves dos propuestas de Decreto imponiendo a los revoltosos el visionado de tres Sopa de Festa o dos Vaia Troula, que entretienen mucho.

Pero estábamos con Torra y su ayuno. Que me hacen recuperar de la memoria al maestro Chumi Chúmez. En una viñeta se veía a un plutócrata gordo subido a un pedestal con un cochinillo en una bandeja; debajo, muchos pobres esqueléticos gritando tenemos hambre; él, comprensivo, contestaba “no os preocupéis, en solidaridad con vosotros y después de comerme este cochinillo, no tomaré Almax”. Practicante de la anorexia parcial, es una pena que Torra no se decidiese por un ayuno intelectual: nada de vías eslovenas, nada de ultimátum a Sánchez, nada de apreteu a los CDR, nada de nada, que es la mejor definición de su gestión política. Solo un soñador en vela, como Puigdemont, que se confeccionó él mismo un carnet de identidad catalán para exhibirlo en los aeropuertos, podía poner como sucesor suyo a alguien que bipedesta como un plantígrado por los desfiladeros de la inteligencia política. Si fuera serio y lo suyo fuese en serio, ayunaría en serio y pondría en riesgo serio su vida, no de mentirijillas. Quede claro que nada malo deseo al President, si es caso, la vuelta a la coherencia gandhiana, porque a Gandhi lo rescató el Pandit Nehru de la muerte por inanición mientras que Torra regresó de la montaña sagrada con pinta de haber papado, clandestinamente, medio quilo de torreznos, dos platos de migas y un cocido de Casa Trabazo. Gandhi protestaba con su huelga de hambre por la separación de la India y Pakistán.

El ayuno es ayuno si lo es hasta sus últimas consecuencias, y si no se nos queda en la dieta que le recetó a mi padre en el 73 Juan Pazos Montes, egregio galeno pontevedrés, cuando lo de su ácido úrico (Juan Pazos era capaz de diagnosticar el picor anal desde el antepecho de su ventana de la Rúa Alta solo por los andares incómodos del paciente. Su ojo clínico era infalible). Ahora que lo pienso en vez de a Montserrat Torra pudo irse a Liberia, que allí sí que ayunan de verdad. Ya puestos, incluso el President pudo buscar ayuno en uno de estos restaurantes caros que flambean con soplete una hoja de endivia donde reposan, tristemente, cuatro huevas de siluro jugando al tute. Todos sabemos que hoy en día no eres un buen cocinero si no utilizas el soplete en la cocina.

El ayuno de Torra me recuerda el chiste de un curiña del país, progre y amante de las nuevas tecnologías, que había modernizado la parroquia hasta el punto de que, tras la confesión y con un programa creado por él, imponía las penitencias por ordenador. Así, por ejemplo, si llegaba un paisana confesando haber hablado mal de un vecino, nuestro filotelemático tecleaba raudo en el ordenador y, tras una breve espera, visualizaba en la pantalla lo que el cerebro electrónico tenía previsto para aquel supuesto de contravención de alguno de los diez mandamientos, y entonces decía solemne “réceme tres avemarías y dos padrenuestros”. Hasta que un día se llegó por allí un jovenzuelo con cara de padecer el peso extremo de su conciencia. Así era. Padre -dijo, me acuso de haberme acostado con mi novia; ¿solo deitado? preguntó, retranqueiro, el cura informático; no, padre, ya sabe, actos impuros antes del matrimonio; y añadió, el compungido penitente, un matiz: pero solo a medias, padre, solo la puntita; el cura introdujo los datos en el ordenador: “acto impuro, solo la puntita” pero se encontró, sorprendido, con la inhibición del artefacto que hacía parpadear, insistente, la siguiente leyenda: error. Se rascó la cabeza el cura y tras una breve reflexión se dirigió al pecador: mira meu rei, para impoñerche a penitencia, vai onde túa noiva e votade o casquete enteiro, que o ordenador non me traballa con decimales. Alguien debería decirle a Torra que su huelga de hambre, mejor entera. Sin decimales.

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