Blog | ¡Callarse, becerros!

La goma de Pujol

LO DE Pujol hay tres maneras de tomárselo. Trágicamente, cómicamente o de ambas formas. Pujol J.R. escaqueándole a las justicia millones de euros, ya procesado desde su iPhone, evoca una toxicomanía dineraria digna de cura siquiátrica.

Yo de Pujol padre, más que su presunta cleptomanía, admiro su porcentaje de acierto fecundador. Pujol encestó siete veces y de esas siete canastas Marta Ferrusola alumbró siete chamacos que estudiaron, presuntamente con mucho aprovechamiento, la licenciatura en Distracción y Apropiaciones en la Universidad del Tres por Ciento. Al menos, los indicios judiciales apuntan por ahí.

Pujol debería haberse puesto una goma en la punta del pito. Y es que su prodigalidad inseminadora amenaza con obligar al Estado a crear, dentro de anticorrupción, una sección específica: "La Fiscalía anti abuelos Florenci y sus increíbles herencias crecientes".

Pujol debía haberse retirado a tiempo, y no me refiero a la actividad política, que también, sino a sus ímpetus coitales. La marcha atrás dio históricamente muy buenos resultados en ausencia de condones si lo que uno pretendía era atemperar el tsunami del natalicio. Pero Pujol -"no pares, sigue sigue"- continuó y convirtió la herencia de su padre, metastizándola entre sus hijos, en un fenómeno similar a la multiplicación de los panes y los peces.

Marta Ferrusola dijo que sus siete querubines andaban -literal- "con una mano delante y otra detrás", lo que sugiere una insuficiencia para agenciarse la ropa interior que mueve a lástima: Pobriños ellos, tapándose los ciruelos por las Ramblas adelante.

Cuando los periodistas la presionaron insistiendo con sus molestas preguntas, Doña Marta mandó a uno de ellos a la merde ("váyase a la merde"), que es la mierda tradicional pero tocada con barretina, o sea, la mierda catalana contrapuesta a la del resto de nacionalidades.

Al día siguiente pidió perdón en castellano porque el catalán que cree en Dios tiene tal sentido del arrepentimiento y la contrición que, aunque sea independentista, es incapaz de jugarse la vida eterna en el paraíso, por más que en el caso de los Pujol, esa vida eterna y paradisíaca evoque un paraíso fiscal.

Las crónicas dicen que Doña Marta es muy creyente. A doña Marta Ferrusola le preguntaron en una ocasión (la filmoteca no miente) si le parecía bien que un andaluz (Montilla) fuese presidente de la Generalitat, y Doña Marta, categórica pero sincera, dijo que no, que no le parecía nada bien.

Dicen que Ferrusola cortaba el bacalao con la pericia de José Pintos Portela en su ultramarinos de Oliva, cuando Pontevedra aún no era ciudad Tonucci

En este sentimiento Doña Marta no difiere mucho de la opinión que podría haber dado Herr Adolf Hitler de haber sido interrogado por la posibilidad de que un judío presidiese el III Reich. O sea que cómo coño un charnego president.

Dicen quienes la conocen que Doña Marta era quien cortaba el bacalao con la pericia con que lo hacía Don José Pintos Portela en su ultramarinos de Oliva cuando Pontevedra no era todavía ciudad Tonucci (Pintos tenía el mejor bacalao de la capital).

Incluso ahora, las últimas noticias procesales revelan que Doña Marta repartía los intereses de sus cuentas entre sus hijos con mano pródiga, maternal y equitativa, como hacía Evita Perón con los descamisados. Mujer de carácter, a Doña Marta Ferrusola cabría añadirle, como segundo apellido, Ferruginosa, pues a decir de algunos, Doña Marta era dama de hierro y de mucha personalidad (Lo de Ferruginosa lo aprendí yo leyendo las etiquetas de las aguas minerales de Mondariz).

Pero dejando a Doña Marta Ferrusola Ferruginosa y volviendo al asunto de la goma, la que Pujol debió haberse puesto en su canario me recuerda al chiste del sevillano prolífico, ¿recuerdan? Sevilla. Tres de la tarde de un abrasador mes de julio. Ola de calor sahariano derritiendo la Giralda. Aguardan al bus en la parada un viejo excombatiente con una pata de palo por prótesis y un padre de familia numerosa, antiabortista y de misa diaria. Acompañan a éste último sus catorce hijos, tenidos, por cierto, casi de forma sucesiva.

La marquesina, por una de esas disfunciones urbanas tan habituales, tiene su cubierta en reparación. No hay sombra posible bajo la que guarecerse y todos sudan como cerdos en trance de matanza.

El viejo, hastiado, hace rebotar rítmicamente la punta de su pata de palo, "toc-toc-toc". El sonido, unido al sofoco, se convierte en una suerte de gota malaya para el padre de familia que, también aburrido, mira al viejo pensando para sí "ya podía parar con la pata de los c.". El bus -lo que va mal siempre puede empeorar- no acaba de llegar. Acumula ya veinte minutos de retraso. Un poco más y todos perecerán de insolación, derretidos como helado en un horno.

El cuadro recuerda una de las escenas de Lawrence de Arabia: todo arde y, como en un espejismo, el grupo se imagina el oasis que le espera dentro del vehículo, aliviado con la perspectiva de sus ventanillas abiertas y el viento refrescándolo. Cercana la media hora de espera aparece el bus. El viejo sigue dándole a la pata de palo y el padre de familia, estresado con el repetitivo e irritante toc-toc siente que su sistema nervioso va a estallar. El bus aparca y el padre ordena a los críos ir subiendo. Se produce -catorce críos- una tensa espera bajo un sol de justicia, porque mientras los pequeños acceden al bus en fila india, pasan el torno y el conductor les expide el billete, el tiempo parece detenerse: un crío, otro crío, luego otro. Así hasta el noveno.

El viejo, dale que te pego a la pata de palo y el padre, hasta los huevos ya del soniquete, que se decide, educada pero abiertamente, a reprochar al viejo que lleve a pelo el madero que le sirve de pierna sin defensa que amortigüe el molesto sonido: "Maestro, ya podía haberle puesto usted un taco de goma a la pata ¿No?". El viejo, achacoso pero no senil, con esa valentía del que ha hecho la guerra y una agilidad mental que para sí quisiera algún diputado en el Congreso, mira a los niños, que siguen subiendo con distraída lentitud y luego a su interpelante para largarle: "¿Goma? ¿Goma yo? ¿En la pata? ¡Me c. en tus muertos! La goma te la tendrías que haber puesto tú en la punta de la p., así no tendríamos que esperar ahora a que subiesen tus hijos".

Pues como el papi sevillano, Pujol. Así la fiscalía no tendría que currar tanto con sus retoños.

Comentarios