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Leche, bizcochos y un lulú

Unidos Podemos. EFE
photo_camera Unidos Podemos. EFE

SUPONGO QUE entre el bigote de entreguerras de Aznar y la coleta extemporánea de Iglesias hay páramo para un centro que podrían ocupar PSOE o PP. Ocurre que para posesionarse de un territorio vacante se precisa madurez. Profident Casado desconoce qué quiere ser de mayor, si Manolón el Españolón que ayuda a caminar a Vox o el político Brubaker que vino para barrer el tecnocraticismo de Soraya. Igual que Sánchez con su insoportable margaritismo: hoy sí, mañana no, hoy no, mañana sí.

Por ese acné continúa sin dueño el espacio electoral mayoritario, ese que no reniega de la Consti ni promete perros atados con longanizas. Y por eso, también, emerge la impecable -es un decir- autocrítica de Iglesias, Garzón y Echenique, que son como el trío de la bencina pero en anárquico: la culpa del tortazo de su amalgama -dicen- es de los medios, que le dieron mucha bola a Vox. Y rematan su acto de contrición, que no elude tomarnos por gilipollas, llamando al no pasarán antifascista (no se lo pierdan, en Europa, siglo veintiuno y a ochenta años de la guerra civil).

Pabliño relega lo fundamental del experimento Podemos, él. Su infumable impostura, su discurso rancio y sus recetas, que son como las del catalán ese que cura el cáncer con productos de su huerta. Ah, y lo de Navantia: nada de armas a dictaduras teocráticas, pero si el alcalde Kichi dice que antes sus currelas, Iglesias se viste de trabajador de astillero. O sea que lo que le resta votos es su labilidad de baratillo y sus principios, que serían admirables si los tuviera.

Y en medio de todo este pifostio, la prensa, que al menos conserva sentido crítico y revela los zurcidos de una clase política que naufraga en su infantilismo. Nadie va a convencerme de que Fraga, que escribió noventa libros sobre teoría política, es peor que Casado; Sánchez mejor que Felipe, que hizo a España atlantista y europea e Iglesias superior a Carrillo, que aunque con veinte años y vista cansada en Paracuellos contribuyó, con su sentido de Estado y generosidad, a sacudirnos la caspa franquista.

La Constitución es una mierda, dice. Tururú. Viví trece años con Franco, Pabliño. Me duelen las palmas de las manos de los palos que me daban

Decía que al menos los medios insisten en una cierta mordacidad frente al no llegar de unos, la derecha, y el pasarse de otros, la izquierda. Podemos, por ejemplo, que tilda de extrema derecha a un partido que solo es derecha extrema y calla, como una puta, cuando de regañar se trata al malcriado independentismo catalán. Y que, torpemente, remata la faena desviando la atención sobre su caída llamando a la algarada juvenil.

Frente a esto, ya digo, resiste la prensa como cuando informaba del fin de Vietnam y el reportero ponía la alcachofa a uno de aquellos perdedores regresados del infierno del Napalm: qué cómo se sentía; el soldado, vuelto de la muerte, que rehusaba hablar pero que, ante la contumacia del informador se cabrea: ¿Quiere una declaración? Tenga: váyase a la mierda ¿qué le parece? El periodista contestó no sé, depende de lo que tengamos hoy en la redacción. Las redacciones tienen hoy a Iglesias y su discurso de feriante trilero y tacticista. Al menos Vox ha llamado al parlamento andaluz y ha dicho hola, somos Vox, y somos muy, muy fachas. Trasnochados pero sinceros.

Mientras, Sánchez y Casado de excursionistas, cantándole a España un carrasclás de autobús sesentero que huele a vómito y a gasóleo podre de estraperlo. Iglesias pasa de excursiones y llama, como un muecín subversivo, a la revuelta de la turbamulta universitaria.

La Constitución es una mierda, dice. Tururú. Viví trece años con Franco, Pabliño. Me duelen las palmas de las manos de los palos que me daban. Entre las recetas pedagógicas de una parte de los docentes se encontraba subirte sobre tus puntillas estirándote las patillas dolorosamente, o la humillación de hacerte arrodillar. Mi hija va hoy a Barcelos cantando. Era el régimen. Se imponía la letra entrada con sangre y el rezo abacial antes y después de clase mientras contemplábamos el blanquinegro retratado de Franco y José Antonio.

Luego vino la mili, cuatro días después del intento de golpe de Estado de Tejero. No me extenderé sobre algunos milicos ni sobre sus arbitrariedades o malos tratos físicos. Pues todo eso, Pabliño, barrió la Constitución del 78. Que normalizó el ejército, separó poderes y permitió unas libertades que no habíamos cheirado en nuestra puta vida.

Y ahora vienes tú, viciado de chalet, retribución de alto directivo y demagogia huera a decirnos que la Consti no vale. Que digo yo que qué carallo sabrás tú que viviste toda tu vida en democracia. Y que con qué puedes comparar si naciste en el 78. Y que por qué denuestas la Constitución, Pabliño, cuando es ella la que te permite hacer política, que con Franco ibas a hacer leches.

Miren. En 'La Paz empieza nunca' cuenta Romero Gómez lo que presenció, plena Guerra Civil, en el Café Cantábrico de Valladolid. Diluían la tragedia en el coñac los que venían de jugarse la vida en el frente, y aunque se oían las bombas cerca, el Cantábrico era un oasis. Convivían entre su jolgorio y su humo militares, políticos y la élite social vallisoletana. Un día merendaba allí una señora bellísima, abrigo de astracán y sombrero de plumas; sobre sus piernas, un perro lulú con un precioso lazo azul al cuello y, en la mesa de al lado, un capitán de la Legión que venía de hacer una guerra larga desde Andalucía; con él, su asistente, un legionario mayor que exhibía por cara un mapa de cicatrices.

Dama y soldado llamaban reiteradamente para que se les sirviera, ruego de difícil atención porque el camarero no daba abasto. Por fin, dejó éste en la mesa de la señora un chocolate con bizcochos mientras el asistente se movía cada vez más cabreado por la indiferencia hacia su capitán.

Poco después volvió el camarero y dejó un platito de leche con unos bizcochos troceados. El lulú se puso a lamer el plato y la reacción del asistente, lejos del reproche por postergar a su jefe, fue coger al lulú por las patas y cortarle el cuello con su cuchillo. Luego dijo en alta voz ¡camarero, pélelo y a la plancha, para mi capitán! Desmayó la señora su trauma ante la indiferencia mayoritaria y las carcajadas de algunos.

Era ésta la España brutal que ardía y en la que Franco se hizo con el Estado, Pabliño, una España salvaje primero y totalitaria después con la que acabó la Constitución del 78. Y vienes tu ahora soliviantando a unos rapaces que confunden fascismo con nacionalcatolicismo y que no saben, siquiera, quién fue Gabriele D`Annunzio.

Estudiantes universitarios que sorben la sopa boba de los padres, tienen un plasma en su habitación y se intercomunican con móviles caros. Jóvenes que desconocen dónde van porque no les explicamos de donde vienen. Quizá por eso, solo por eso, deberíamos decirles que dejen la calle y se vuelvan a casa.

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