Opinión

El carisma

LO VEO EN toda su esplendidez de persona normal, tanto es así que me pregunto si para serlo debió de entrenarlo o, en todo caso, surge como algo natural. Siempre buscó la normalidad en su vida, pero nunca la consiguió. Decía usted a aquellos con los que departía y, les regalaba su confianza, que las obligaciones hacen a uno más viejo, aunque no más sabio, pero si más lento en la toma de decisiones al sopesar lo que más les conviene a los españoles, a quienes les gusta que les den todo hecho.

La verdad, conociéndole, el tiempo para la toma de decisiones siempre lo puso usted y ahí demostró temple para aguantar hasta el último instante. Desesperando a su grey.

Ahora que su agenda se lo permite se le observa más jovial, el pelo más largo, la barba sin arreglar y un tanto encanecida a la que acompaña una sonrisa algo socarrona y descreída, marca de la casa.

Da para pensar si es feliz porque ha abandonado sus pesadas responsabilidades o porque ha recuperado la vida que siempre le ha gustado tener: la de un pequeño burgués de provincias.

Si es así le supongo la angustia de encontrarse encerrado en un palacio, no configurado para vivir una familia, y con mucho personal a su disposición. Atentos a sus órdenes. A las no recibidas, pues, usted es más de los que hay que adivinarle el pensamiento antes de decir lo que desea, aunque lo desee mucho.

Así como todos los expresidentes se esfuerzan para poner en marcha la oficina que durante dos años le permitirá poner en orden sus papeles, escribir sus memorias; en su caso deberán ser largas y abundantes, pues, hasta la fecha ha ejercido más tiempo en la vida pública que en la privada, y acudir a impartir conferencias, a atender la llamada del Presidente en ejercicio, aunque en este caso creo que podrá esperar sentado, para cumplir una misión de mediador ante algún país hermano en conflicto, a usted se le observa en estado vacacional.

De todas maneras no concuerdo con David Jiménez, exdirector de El Mundo cuando en su último libro, escrito en tono de justificación, le acusa de la falta del carisma de otros líderes ya que sólo se obsesionaba en cuadrar las cuentas de un estado en crisis. Es lo que tiene la normalidad. No proyecta liderazgo. No fabrica carisma. No llena los espacios en los que se habita.

Cabe suponer que en esta franja de la vida que le tocará vivir no le dejen disfrutar de su buscada opción de tranquilidad y alguien le postulará para alguna responsabilidad en la Onu, en la OMS, en la Fao, y no se negará, pues, nunca lo ha hecho y se someterá a ejercer la función encomendada como mejor sepa. Ningún estado que sea serio puede abandonar a aquellos que mejor le han servido ayudando a que se pierdan en el ostracismo. Sería una injusticia y un gran desaprovechamiento.