Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor…
No soy seguidor del Atlético de Madrid. Ni siquiera tengo un interés especial en que gane cuando veo un partido suyo. Aún diría más. Muchas veces hasta deseo que pierda por interés propio. Lo mejor es que a pesar de esto sé que en el fondo debería ser mi equipo. Puedo añadir incluso que todos somos un poco del Atlético, hasta quienes lo odian.
El Atlético es al fútbol lo que la aldea de Astérix al Imperio Romano en el maravilloso mundo creado por Goscinny y Uderzo: un rompehuevos maravilloso.
La Galia, para que nos entendamos, sería el fútbol y los romanos, el fútbol moderno, un ente arrollador en el que, cuando el dinero entra por la puerta, la esencia del juego suele irse por la ventana. Vamos, el contexto idílico para la aparición de héroes.
Y los héroes en esta ocasión -con permiso del sorprendente Leicester- están en la maravillosa aldea de irreductibles galos (o indios, que para el caso nos viene mejor) que resiste todavía y siempre al invasor.
El Atlético es como la aldea de irreductibles galos que resisten todavía y siempre al invasor
Griezmann es su Astérix, hasta cuando se afeita el bigote, y Godín una especie de Obélix que sigue una dieta algo más estricta que su homólogo y que, como éste, también se debió de caer en una marmita cuando era niño, pero en este caso llena de colocación, inteligencia, fuerza y esa raza uruguaya que tan bien casa con la filosofía rojiblanca. Ambos son alfa y omega, principio y final de un grupo al que deben -y de hecho lo hacen- liderar.
Hasta tienen a su bardo, al que en este caso no desprecian de puertas hacia dentro, aunque sí la gran mayoría de foráneos. Torres es una especie de Asuracenturix para el resto del mundo pero no para su aldea. Aquí en vez de colgarlo de un árbol -literalmente- cuando canta prefieren venerarlo y aclamarlo, que por algo es desde hace muchos años uno di noi.
Pero nada tendría sentido sin la poción mágica. Ahí reside todo el poder de esta tribu de indios capaz de hacer tambalear cualquier imperio, y por eso Simeone, cual druida Panoramix, tiene la llave de todo el éxito del club. El jefe de la tribu, Abraracúrcix, el vago que no podía caminar si no era montado en su escudo y flanqueado por sus dos fieles guerreros, bien podría ser Cerezo, que en ocasiones es ligeramente torpe como su comparación pero también sabe ser respetado y querido por los suyos.
Pero quien realmente manda es el Cholo, que para algo es el único que tiene la receta para hacer campeón a un equipo con un presupuesto netamente inferior al de sus rivales. Simeone no inventó la poción mágica. La poción se transmite de druida en druida y antes que él ya se la sabían leyendas como Ricardo Zamora, Gárate o Luis Aragonés, siempre el eterno Luis. Pero esa filosofía de club estaba en franca decadencia hasta la llegada del Cholo. Solo el chispazo que supuso el paso de Quique Sánchez Flores alejó al Atlético de esos tiempos en los que los hijos le preguntaban a sus padres por qué son del Atleti y otro spot enseñaba como un árbol enraizado sobre los restos de un auténtico colchonero castigaba al hijo de este por querer abandonar la fe rojiblanca.
Del "ganar, ganar, ganar y volver a ganar" del amado Luis Aragonés al "partido a partido" de Simeone, la fórmula admite el toque personal de su chef pero mantiene los ingredientes esenciales
Pero entonces llegó ÉL. Del "ganar, ganar, ganar y volver a ganar" del amado Zapatones al "partido a partido" de Simeone, la fórmula admite el toque personal de su chef pero mantiene los ingredientes esenciales: derrochando coraje y corazón -como manda el himno-, defender el escudo por encima de uno mismo y hacer gala de un contragolpe mortal, con ese juego eléctrico de transiciones que primero con el Sabio de Hortaleza, y ahora con el Cholo, tan buenos resultados ha dado al equipo del Manzanares.
La sensación es que el Atlético de Simeone cuenta con una ventaja que no tiene ningún equipo más. Y es que ellos ya ganaron antes de jugar. Si Leónidas se volteara hacia los jugadores del Atlético y le hiciese la famosa pregunta de la película 300: "Rojiblancos, ¿cuál es vuestro oficio?". Los Gabi, Filipe, Koke y compañía no contestarían con el "AUUUU, AUUUU, AUUUU". No haría falta. Seguro que se mirarían incrédulos y en sus labios se verían reflejadas leves sonrisas mientras señalarían al Cholo Simeone con un ligero movimiento de cabeza. "Su oficio es muy simple", diría éste, "son futbolistas". Y con eso zanjaría una cuestión tan tan tan simple, que nadie más en todo el mundo podría definirse como futbolista como lo hacen estos chicos. "Gracias a sus madres, que les hicieron con unos huevos así de grandes", que diría Simeone.
Ahora el Atlético deberá enfrentarse al Barça del tridente en los cuartos de final de la Champions. Tarea titánica en la que los de Luis Enrique parten como favoritos pero en donde los del Cholo ya ganaron antes de empezar. Y eso no implica que no salgan a ganar con todas sus fuerzas, pues pocos equipos en el mundo compiten como ellos, si no que hagan lo que hagan sus muchachos, pase lo que pase en el partido, el Calderón se quedará animando y jaleando orgulloso hasta que no haya ni una sola luz en el estadio. "Están locos estos indios", pensaría Obélix. "Bendita locura", pienso yo.
Ojalá el Cholo se quede muchos años en el Atlético de Madrid y ojalá cuando se vaya el cholismo esté tan instaurado en el club que el que venga no pueda modificar su esencia. Si eso ocurre millones de aficionados de todo el planeta y de distintas generaciones, entre ellos un servidor, acabaremos preguntándole a nuestro padre en algún momento: "Papá, por qué no somos del Atleti". Cómo cambia el cuento.