Opinión

Biopolítica y digitalización de la realidad

SI FROTAMOS una bola de cristal para adivinar nuestro futuro como sociedad tras la pandemia mundial vivida en los últimos meses en Occidente la imagen que la esfera nos devolverá será una calle repleta por multitudes de asiáticos cubiertos con una mascarilla, teléfono móvil en mano y video vigilados por millones de cámaras de reconocimiento facial dotadas con inteligencia artificial capturando muestras de sus movimientos en los espacios públicos, en las tiendas, en los parques, en las cafeterías y en los aeropuertos. El Estado sabe dónde están, con quiénes se reúnen, qué hacen, qué buscan, en qué piensan, qué comen, qué compran y adónde se dirigen.

No hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a control y observación. Esto no es ciencia ficción. Ocurre tanto en Estados autoritarios como China como en democracias liberales al estilo Japón o Corea del Sur. Las diferentes pandemias y brotes epidémicos vividos en los últimos veinte años por los ciudadanos asiáticos han servido como excusa para legitimar un nuevo sistema de gobierno basado en un régimen policial digital donde el estado de excepción es la situación normal.

Con el objetivo de asegurar la vida de los ciudadanos y evitar la propagación de enfermedades las compañías tecnológicas y telefónicas han cedido los datos de los usuarios a los Estados. En estos países donde ya funciona la tecnología 5G, los Estados tienen a los ciudadanos totalmente controlados. Según el filósofo sur-coreano Byung-Chul Han que imparte clases en la universidad de Berlín, actualmente en China se controla cada acto de la vida cotidiana hasta tal extremo que han establecido un sistema de puntos que premia a quien compra por Internet, consume alimentos sanos o realiza valoraciones positivas sobre el gobierno en las redes sociales. Cuantos más puntos acumula un individuo más premios obtiene, como visados de viaje o créditos bancarios. Por el contrario, quien lee prensa crítica con el régimen, cruza un semáforo en rojo o lleva a cabo actividades consideradas como subversivas contra el sistema de gobierno puede caer en un determinado número de puntos que le hagan perder el trabajo.

Nos encontramos con que el intercambio de datos entre proveedores de Internet, empresas de telefonía y Estados es lo más normal del mundo. El término esfera privada ha desaparecido completamente a favor de la seguridad tecnológica. La realidad se ha digitalizado. Tras la conmoción social sufrida por la pandemia se ha instalado una Biopolítica digital que controla activamente a las personas.

Este sistema de gobierno con la pretensión de garantizar la seguridad ejerce a la vez una psicopolítica digital que controla el pensamiento social. Ahora el enemigo ya no es el comunismo soviético, ni la URRS, ni Al Qaeda, ni el Estado Islámico, ni el terrorismo fundamentalista, por cuyas amenazas hemos cedido diversos espacios de nuestra esfera privada y nuestra libertad individual en beneficio de la seguridad. Ahora tenemos al enemigo perfecto. Es invisible. Para protegernos de este enemigo perderemos toda la libertad y privacidad que nos queda y viviremos en una distopía permanente o nueva realidad. No es un capítulo de Black Mirror o Years and Years. Ni 1984 de Orwell. Ni Fahrenheit 451 de Huxley.

Es el futuro que nos espera salvo que tengamos el coraje para enfrentarlo de las dos únicas maneras posibles. Ejercer un posicionamiento crítico y políticamente activo para que la tecnología sea un instrumento para el desarrollo, la comunicación y la felicidad para las personas y los pueblos y no un fin en si mismo al servicio del poder estatal y financiero o tomar una posición radical si no queremos ser un rebaño de esclavos autómatas teledirigidos: Desconectarnos de todas las redes sociales y borrar el rastro en Internet para refugiarnos en los libros, la música y la naturaleza como la última trinchera del pensamiento libre. Este es el auténtico reto que nos lanza la nueva década.

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