Opinión

Equinocio

EXTRAÍDO DEL Libro de las Alucinaciones editado en Damasco en el año 1.700, se cuenta que en la selva Guaraní de las cumbres más altas de los Andes existe una receta gastronómica ancestral que tiene dos mil años de antigüedad a la que se le atribuyen propiedades milagrosas y espirituales. Antiguamente los indios la preparaban de la siguiente manera. Había que esperar al solsticio de primavera, el equinoccio, momento del año en que el Sol está situado en el plano del ecuador terrestre, donde alcanza su cénit.

La palabra equinoccio proviene del latín aequinoctĭum y significa la noche igual. El universo se consideraba un todo vital, un organismo mágico y la madre tierra, en lenguaje indígena Pachamama, era la creadora de vida, de todo lo visible e invisible y su espíritu inundaba las plantas, las flores y las aguas. Había que quererla, amarla y respetarla. Todos los seres del mundo forman parte de ella y vuelven a ella. Esta receta tenía la propiedad de curar todo mal, no solo el hambre. Curaba la melancolía, el mal de amor, era un remedio efectivo contra el olvido, iluminaba las sombras del corazón y cuentan que a través de su delicioso sabor el mundo de los vivos y los muertos se mezclaba, permitiendo a los seres ver más allá, a través de la esencia de las cosas.

El universo se consideraba un todo vital, un organismo mágico y la madre tierra, en lenguaje indígena Pachamama, era la creadora de vida, de todo lo visible e invisible y su espíritu inundaba las plantas, las flores y las aguas

En la noche del Equinoccio se preparaba un gran recipiente de barro cocido con los últimos soles del mediodía en una fiesta popular que recibía el nombre de El Día de los Colores. Los ingredientes utilizados para cocinar se buscaban durante todo el año para preparar aquel manjar. Según los manuscritos hallados por Sir Francis Drake, pirata Inglés que llegó con su expedición a las cumbres guaraníes en el año 1.500 y que luego vendió la receta a un comerciante Sirio quien al intentar recrear esta comida un fuego inmenso lo abrasó hasta llevarlo al infierno, (ya que los que no tienen el alma limpia perecen al intentar prepararlo), los ingredientes serían los siguientes: El agua transparente del arroyo inmortal, en la selva de los mil bosques. Aquel que se baña en la noche de luna llena del cuarto mes, cuando los astros en línea forman una tiza de geometría perfecta en el horizonte del universo, nunca muere. Las semillas doradas de los campos verdes, que se encuentran más allá del horizonte visible y que para llegar a recogerlas hay que esperar a que un viento de verano las traiga a través del murmullo de los pájaros de colores que cantan en las laderas de la montaña blanca. Hojas de romero, laurel, tomillo, perejil y menta, de colores múltiples. Las cultivan los antiguos chamanes que viven más de cien años en los valles del trópico, según un método que las vuelve luminosas en la noche. La fresa gigante, más roja que el corazón y la sangre, crece cerca del río del olvido. Quien cruza sus aguas, pierde la memoria. La naranja azul, que solo se encuentra en la cueva de la diosa de la fertilidad, en las laderas del monte Zócalo, en Bolivia. Se añaden también las berenjenas de oro, en cuyo interior, al abrirlas, y a la luz del fuego, se adivina el futuro, además de las alcachofas de los sueños, que traen los tucanes en su boca cuando cesan las lluvias y las depositan con cuidado sobre las orillas de las playas del Caribe. Según la leyenda y el manuscrito hallado, lo más importante es el fuego que cuece el barro. Las ramas de madera y la hojarasca utilizada deben traerse de los árboles sagrados que la nieve sepulta tras cinco inviernos blancos.

Una vez prendido el fuego, mezclados los ingredientes en un recipiente de barro y cuando la Luna de la madrugada este en su punto más alto en el Equinoccio, debe esperarse su cocción dando vueltas alrededor del barro cogidos de la mano. Así comienza la primavera.

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