Opinión

Habrá que brindar

VIVIMOS TIEMPOS de miedo. Miedo a salir de casa, a perder el empleo, miedo a no encontrarlo, miedo al presente, al futuro, miedo a conversar en la calle, a cruzarse con otra persona, miedo a las noticias y miedo en las casas. El miedo es una preocupación que establece un sistema se alerta inconsciente ante la posibilidad real o imaginaria de un peligro. Cuando el miedo se somatiza, cuando esa sensación se enraíza en nuestro cuerpo, como ha ocurrido durante estos meses de enclaustramiento, se produce el trauma, cuya expresión es la ansiedad. Hemos pasado días enteros encerrados en nuestros domicilios, asistiendo a un goteo constante de noticias sobre enfermedades y muerte. Los que viven solos se han sentido más solos que nunca y los que viven acompañados han tenido que lidiar con el reto de la convivencia bajo un sistema de presión mediático y social nunca visto. Es en los tiempos de crisis cuando las personas dan lo mejor de sí mismas, pero también son capaces de ofrecer su peor versión. Quienes hayan mantenido la cabeza fría e insuflado esperanza a sus congéneres mientras el mundo se tambaleaba habrán salido indemnes y su espíritu fortalecido. Quienes sembraron el pánico durante la tormenta un abismo ensombrecerá el interior de su alma. El futuro no existe. El destino es una incógnita. Hoy disfrutas del milagro de estar vivo, mañana estarás cruzando el umbral del más allá. Los problemas existen para ser superados y lo único importante es la actitud para afrontarlos. Quiero pensar que el verano será un bálsamo y el mar una terapia. Sentados sobre la arena miraremos la naranja solar ardiendo sobre el horizonte marino y la brisa cálida del viento de agosto nos perfumará la piel en las noches astronómicas. Bajo una parra poblada de racimos nos sentaremos alrededor de una mesa de piedra en un furancho escondido y antes de alzar las cuncas de vino joven, cálices de la victoria, nos miraremos a la cara sonriendo un segundo antes de brindar.

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