Opinión

Hay que morirse

SI ERES poeta, escritor, pintor, escultor, músico o realizas algún tipo de actividad artística llegarás al olimpo del reconocimiento cultural cuando estires la pata cómodamente en el sofá de casa o bajo la atenta mirada de unas enfermeras en la cama del hospital mientras exhalas el último aliento. Si tu actividad política, tu compromiso por la defensa de los derechos humanos, sociales, históricos, políticos y culturales de los pueblos ha sido intensa e insobornable, serás reconocido años después con suerte, no ahora. La muerte está llena de romanticismo y mística porque la sociedad necesita mitos, figuras representativas para sentirse identificadas. Ocurre en todos los campos de la vida pero es especialmente utilizado por el nacionalismo porque necesita la construcción simbólica de identidades heroicas, modelos a aseguir, santos que venerar. La mayoría de los grandes artistas han vivido en la pobreza durante su vida, aún cuando exponían en importantes salas de arte o publicaban libros que hoy en día son aplaudidos unánimemente por la crítica como obras maestras. La mayoría de los defensores de los derechos humanos que lucha por el mundo para la consecución de una vida mejor y la justicia social para miles de personas son gente anónima que nadie conoce. Escritores como Benito Pérez Galdós, Edgar Allan Poe, Emilio Salgari, Herman Melville, James Joyce, Oscar Wilde, Emily Dickison, pintores como Rembrandt o Van Gogh, músicos como Shubert o Beethoven y hasta el mismísimo Sócrates, por citar solo a algunos, vivieron sin un centavo, explotados a menudo por sus editores y viviendo de la caridad en las condiciones mas precarias despreciados por las élites políticas del momento.

En Galicia nos sobra los ejemplos, desde el propio Castelao pasando por Rosalía, Valle-Inclán, Pondal o Cunqueiro, por no citar a Lois Pereiro u Oroza, que como no escribía en gallego no tenía el favor del nacionalismo cultural que decide quien merece ser elevado a los altares en función de su compromiso polo país. Iconos ahora de nuestra cultura que vivieron la mayor parte de su vida en la precariedad y en el anonimato más absoluto. Los que si consiguen estar donde hay que estar, es generalmente porque se arriman al poder político y cultural, que son cuatro amigos que se reparten el pastel de la cultura y las subvenciones a través de sus editoriales y partidos políticos.

Pero cuantos habrá todavía en el olvido, cuantos hay tan valiosos o más que todos ellos que nunca nadie los reconocerá. La labor del artista o del intelectual no es la búsqueda del reconocimiento. Es la búsqueda de la verdad y la belleza y esto exige independencia moral, ética y política. Pero no se preocupe si usted es un artista. Cuando se muera volarán alrededor suya las urracas y los cuervos de las retrospectivas para ganar dinero con su obra. Le elevarán a la categoría de mito o héroe de la patria para que forme parte de la cultura oficial o la memoria histórica. La vida de un poeta es miserable. Su muerte un negocio.

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